¿Vivir sin esperanza, sin ilusiones?

Por Natacha Scherbovsky Buenos Aires, Argentina.

Natacha Scherbovsky es licenciada en antropología (UNR) y magíster en antropología visual (Flacso-ecuador). Realizo el doctorado en Ciencias Sociales (UBA). Integrante de la Comisión Directiva de AsaEca (asociación argentina de estudios de cine y audiovisual), especializada en estudios sobre cine latinoamericano y chileno.

¿Qué pasa socialmente que ya no es posible hablar de lo que sentimos? ¿Por qué cuesta tanto tener tiempo, ganas, de sentarse a conversar con otros y otras sobre cómo está? Pero realmente de saber cómo está, cómo se siente, qué le sucede.

Últimamente los encuentros son para divertirse, pasar el rato, disfrutar de cosas lindas: lo cual es muy sano y necesario reír, cantar, bailar, olvidarse por un instante del contexto opresivo/represivo personal/social en el que vivimos. Pero lo triste, lo doloroso, lo que apena, se calla, no se comparte. Todes vivimos situaciones complejas, estresantes, angustiantes en los días cotidianos.

Ese peso emocional, queda quizás para el momento de terapia (si es que la hay) o se descarga en yoga, pilates, natación, danza, en fútbol, corriendo. Los espacios para los sentimientos quedan reducidos a horarios y días. Los martes a las 18 hs., los viernes a las 15 hs. No se puede expresar en otro momento que no sea el pautado. ¿Dónde se habita entonces lo que sentimos los días lunes, los domingos, los jueves a las 17:30? Si no se habla, queda en el cuerpo o revoloteando en la cabeza, rumiando… Y se vuelve más grande el ovillo, se enreda. Nos confundimos.

El acto de hablar, de intercambiar miradas, pensamientos, sentimientos, sensaciones, nos ayuda subjetivamente a sentir que a otrxs le importamos: lo que nos sucede, lo que nos duele, lo que nos alegra. Pero ya no hay momento, no hay tiempo. Todo es fugaz, tiene que expresarse en un mensaje de whatsapp o como mucho en un audio que no dure más de 3 minutos porque es larguísimo y nadie quiere/tiene tiempo para escuchar y menos llamar x teléfono (¿qué es eso? Ya es vetusto, de otra época). O lo que es peor llamar para no hablar.

Un oxímoron inentendible que consiste en llamar a alguien mientras estás en una videollamada o atendiendo otros asuntos que no habilitan la conversación. Es cierto que la vida moderna nos mantiene alienades en el trabajo, en el constante resolver los quehaceres de la cotidianeidad. Todes preocupades porque no llegamos a fin de mes, porque no alcanza la plata, porque la cuestión económica no se resuelve.

Porque el país se está destruyendo, bah lo están destruyendo, porque el gobierno nos ahoga diariamente con políticas de ajuste. Entonces esas preocupaciones minan las otras, o nos dejan sin espacio para encima escuchar lo que le pasa a otros y otras . Ya estamos sobrepasades con lo nuestro, con lo propio, no tenemos espacio emocional/afectivo para escuchar lo que otro siente. Lo más triste es que cuando se producen esos encuentros casi mágicos, que hay que crearlos con mucho esfuerzo, los “consejos” ante la desolación, la tristeza, la soledad son: “mejor es vivir sin esperanzas” o “no tengas ilusiones”.

¿Cómo se vive una vida sin esperanza sin creer que las cosas algún día van a ser diferentes? Si ya no nos podemos ilusionar con que la situación actual (afectiva, amorosa, laboral) va a cambiar en algún momento ¿para qué seguimos viviendo? ¿Qué nos impulsa a seguir con vida? ¿dónde se aloja el deseo? ¿La propuesta es seguir adelante como autómatas? ¿Sin concepción de futuro? ¿sin sueños? Porque si nos ilusionamos mucho, mañana será más duro cuando haya desilusión. O si nos esperanzamos sucede, sufriremos la desesperanza…Entonces no entiendo, realmente no lo entiendo…

Como sujetos y como sociedad ¿tenemos que vivir sin anhelos? o ¿cómo se mide lo que se puede desear? porque si se desea mucho es desmedido, si se expresa mucho es intenso. ¿Nos vamos a convertir en sujetos y sujetas de apariencia que simulamos estar bien, enteras, caminando por la vida, aunque estemos quebradas porque ya no se puede sentir más?.

Y lo pregunto como “tener”, “deber”, porque parecieran mandatos, construcciones sociales que se están volviendo hegemónicas. Trabajar, hacer, mostrar lo que se hace, ganar dinero, avanzar, “crecer profesionalmente”, no pensar, no deprimirse, no estar triste, no desear, no ilusionarse, no esperanzarse. Mandatos y más mandatos. Sabemos que vivimos en una sociedad capitalista, exitista, meritocrática, antidepresiva aunque muchos y muchas (en principio) nos opongamos a estas formas sociales. Pero en concreto, en la realidad: ¿nos oponemos sinceramente a estas lógicas? ¿escuchamos cuando alguien plantea que se siente mal o triste? ¿qué hacemos? ¿les acompañamos? ¿lo dejamos más solo o sola ? ¿le proponemos diversión para no seguir pensando? (,que insisto esa una buena opción pero para las dos escenas son fundamentales para que sucedan) ¿dónde está el momento del desahogo? Pareciera que cada vez se vive más rápido y furioso y quizás los únicos momentos “permitidos” para estar mal sea la muerte.

Cuando alguien cercano muere, cuando alguien que valoramos socialmente parte. Sin esas excepciones, que en verdad son parte de la vida pero se suspende un poco (o por un rato) los quehaceres, todo tiene que ser una máquina que sigue funcionando. Hay que llevar los chicos al jardín, a las y los adolescentes a deportes, a inglés, asistir a las reuniones, encontrarse con quien no tenemos ganas pero “debemos”, celebrar no sé qué cosa, etc.

En estos tiempos que tanto hablamos de la necesidad de estar juntos y juntas , unidos, bancándonos, acompañándonos porque nuestros gobiernos y el avance capitalista está destruyendo la vida en la tierra, me pregunto ¿cuál es esa forma? o ¿cuáles son esas formas? ¿de qué manera nos estamos acompañando? cada uno supuestamente encontrará la propia, pero déjenme sospechar de cuánto nos sentimos verdaderamente cerca de otros y otras.

Hace un tiempo atrás una amiga artista plástica hizo dos dibujos que se llamaban: “No se puede andar así” y “Hacete de acero nena”. El primero era la imagen de una mujer con el pecho abierto, sangrando y llorando. En el segundo la misma mujer tenía su cuerpo cubierto de una coraza. Formaban parte de un “Manual para manuales”. Una crítica aguda de las formas de ser y de andar en nuestra época. Esa obra fue realizada en el 2009.

Entiendo que es un mal que sigue y con los años se está profundizando: la soledad se percibe más profunda, la poca empatía también, el amor y los gestos de amor, cada vez son menos aceptados, recibidos y menos que menos, recíprocos. Te regalo un chocolate. ¿Por qué? me pregunta un amigo. Contestó porque sí, porque tenía ganas. Ese mínimo gesto de cariño es cuestionado. ¿Estamos tan heridos y heridas , tan poco acostumbrados a dar/recibir amor que nos tenemos que preguntar por qué alguien quiere simplemente regalarnos algo rico que nos alegre un instante?.

Detesto las distopías. He visto muy pocas en mi vida porque no soporto la idea de que el mundo se termine, de que la humanidad sea cada vez más inhumana, que la inteligencia artificial nos convierta en sujetxs peores y miserables. Por eso sigo viendo películas que plantean utopías, pequeñas, no enormes como años o décadas atrás. Pero sí que buscan y refuerzan el amor, los lazos sociales, la cooperación, la solidaridad, la valentía, el cariño, los encuentros, la amistad, la comunidad.

Estudié antropología porque creía en la humanidad, en la diversidad, me ilusionaba conocer cómo eran otras formas de vida en otros lugares del mundo. Amo el cine: aquel que cuenta historias, que transmite ideas, bellezas, me genera pensamientos, sensaciones, me hace vibrar, me conmueve, me lleva a otros mundos.

Por eso el cine y la antropología sentí que eran los modos más hermosos, más cautivantes de entender aspectos sociales, políticos, afectivos, históricos, diversos. No me interesa que sólo sirvan para crecer académicamente, para mostrar lo que hago, sino para que algo cambie, para que tenga algún impacto social, político. Pero ya nada parece que será así. Sino que probablemente todo quede en una hoja de CV, en textos dando vueltas por internet, en tesis guardadas en repositorios.

Me cuesta imaginar futuros más amables. Me cuesta, como me dijeron por ahí vivir sin esperanzas, sin ilusiones. Me cuesta la apatía, el destrato, el desinterés, la falta de expresividad. Me cuestan las corazas. Tal vez el dibujo que hizo Ali hace un tiempo hoy podría ser replicado en miles, en multitudes caminando así. ¿Qué pasa si no andamos con cuerpos de acero? ¿Es tan terrible demostrar lo que sentimos? ¿Es monstruoso? ¿De qué nos escondemos?.

Ya no sé si sirven las palabras, si permiten reflexionar, si calman, suavizan, acompañan o enfurecen. A pesar de todo me siguen gustando y valorando otras leyendas, otras frases. Esas que aparecían al comienzo de una película: “Se puede vivir una larga vida sin aprender nada. Se puede durar sobre la tierra sin agregar ni cambiar una pincelada del paisaje. Se puede, simplemente, no estar muerto sin estar tampoco vivo».

Basta con no amar, nunca, a nada, a nadie. Es la única receta infalible para no sufrir. Yo aposté mi vida a todo lo contrario, y hacía muchos años que definitivamente había dejado de importarme si lo perdido era más que lo ganado, creía que ya estábamos a mano el mundo y yo, ahora que ninguno de los dos respetaba demasiado al otro.

Pero un día descubrí que todavía podía ser algo para estar completamente vivo antes de estar definitivamente muerto. Entonces, me puse en movimiento…” (Caballos Salvajes, 1994) Ojalá todavía estemos a tiempo de ponernos en movimiento y de cambiar alguna pincelada de este paisaje.

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