Fernando Ortega. El Berguedà, Catalunya.
En las calles coloniales de La Habana Vieja, en los malecones de Santiago o en las playas de Varadero, se escucha una frase dicha casi con sorna entre turistas europeos:—“Aquí, por cinco dólares, pasas un buen rato”.
Lo dicen como quien comenta una oferta de temporada. Pero en esa frase hay más que una transacción. Hay siglos de desigualdad, un mapa de poder global tatuado sobre los cuerpos empobrecidos, y una mentira disfrazada de ideología.Porque cuando quien lo dice presume de ser “de izquierdas”, el cinismo se convierte en traición.
Y cuando alguien —desde esa misma supuesta izquierda— defiende, justifica o silencia esa práctica, no solo blanquea una injusticia: traiciona al pueblo cubano y a toda causa que dice defender.
No se criminaliza a quien sobrevive.
Este artículo no viene a señalar a quienes, desde la necesidad, recurren a estrategias de supervivencia. En Cuba, como en tantos países empobrecidos por la maquinaria global del capital, hay quienes se ven forzadas a ofrecer compañía, afecto o placer a cambio de dinero. No es justo juzgar a quien apenas tiene otra opción.
La pregunta no es por qué lo hacen, la pregunta es quién se aprovecha de ello, con qué conciencia, con qué arrogancia, y con qué discurso político impostado. ¿Con qué principios?
Cuba no es el problema, sino el espejo.
Tampoco se trata de culpar al Estado cubano. Sería una simplificación interesada. A pesar de un embargo brutal, impuesto durante décadas por Estados Unidos, y de condiciones adversas, Cuba mantiene niveles de salud, alfabetización y esperanza de vida más altos que muchos de sus vecinos con gobiernos capitalistas y «democráticos».
La pobreza existe, sí, pero no mayor —ni más injusta— que la que arrasa en Haití, Honduras o Colombia. Cuba es un país bloqueado, no un país fallido. Y si allí alguien ofrece su cuerpo por cinco dólares, la culpa no recae solo en La Habana, sino también en Bruselas, en Madrid, en París, en Barcelona, donde muchos de esos turistas “progresistas” viven cómodamente, militan a golpe de pecho, gritan consignas de izquierda y reparten carnets de conciencia de clase mientras se pasean por el Caribe con el ego suelto y la conciencia dormida.
Si alguna vez la tuvieron. La impostura del turista “de izquierdas” Hay algo especialmente repulsivo en quien se declara feminista, socialista o anticolonial, y al mismo tiempo utiliza la miseria de otro país como parque temático sexual.
Esa persona no es de izquierdas. Es un depredador con discurso progresista, un farsante que ha aprendido el vocabulario de la igualdad pero sigue practicando la desigualdad más salvaje.
No compra solo sexo. Compra sumisión, afecto condicionado, silencio forzado. Y lo hace mientras se declara aliado, militante, solidario. Pero su solidaridad se esfuma cuando hay un cuerpo joven, moreno y empobrecido al alcance. Su “militancia” termina donde empieza su deseo sin ética.
El amigo que no solo calla, sino que protege.
Pero si el turista es hipócrita, el amigo que lo defiende es aún más dañino. Porque no solo calla. A veces, ataca a quien denuncia, desacredita a quien señala, y lanza insinuaciones cobardes para proteger su red, su estatus, su cálculo interno.
Ese amigo no es neutral. Está tomando partido por el dinero y contra la dignidad. A veces lo hace por comodidad, otras por venganza política, otras por táctica. Pero en todos los casos, traiciona al pueblo que dice defender.
No está defendiendo a una persona: está blanqueando la explotación y encubriendo la mentira. El tacticismo que pudre la causaHay quien calla por miedo a abrir un conflicto. Hay quien justifica diciendo que “es más complejo”. Hay quien ataca al denunciante por rencores personales.
Pero todo eso no es prudencia: es cobardía estratégica. Es elegir el interés individual sobre la verdad colectiva. Es utilizar la lucha como disfraz, mientras se hacen cálculos de poder a costa del dolor ajeno.Puedes tener cultura política, ser un hombre leído, y hasta un buen orador, pero frente al espejo, no eres más que un oportunista que no entiende que el conflicto, en política, es ideológico, de intereses, cultural… Conflicto no es traicionar tus principios —esa actitud demuestra que nunca los tuviste—, sino traicionar a tus camaradas, a tus votantes, a tus compañeros.
Esa actitud corroe cualquier proyecto emancipador. Porque cuando se protege a un abusador solo porque es “de los nuestros”, la izquierda se convierte en su propia caricatura.
Y quien actúa así no está en el medio: está en el lado de los que oprimen, aunque lleve camiseta roja.Que arda la vergüenzaEste texto no pretende ser cómodo. Pretende que quien se reconozca en él, se sonroje, se cuestione, y actúe en consecuencia.
Porque no hay discurso válido si no hay coherencia. Y no hay causa digna que se construya sobre cuerpos convertidos en mercancía al servicio del privilegio.A quien lo hace, a quien lo encubre, a quien lo silencia por táctica o por miedo: no se les puede llamar compañeros.
No lo son.La verdadera solidaridad no se compra. Se demuestra. Y Cuba no necesita más turistas con billetes en el bolsillo y principios vacíos. Necesita aliados valientes, honestos, coherentes. O ninguno.
Porque si llamas compañero a quien compra cuerpos, entonces tu revolución ya está muerta.Y aquí, el cinismo, la hipocresía, el tacticismo y la desvergüenza no tienen cabida.
