LA TENSIÓN QUE LLEGÓ DEL CARIBE

Por Fernando Ortega , Berguedá, Catalunya

Escenarios posibles ante el nuevo movimiento ruso en Venezuela.

Durante décadas, el Caribe fue un tablero relativamente estable en términos geopolíticos: disputas regionales, intereses energéticos y la eterna sombra de Washington como poder dominante. Pero los últimos movimientos navales de Rusia, su presencia creciente en Venezuela y el viraje estratégico de Estados Unidos bajo la nueva presidencia de Donald Trump han vuelto a encender una región que creía haber dejado atrás los grandes sobresaltos.

A priori, no estamos ante una guerra ni ante un escenario de ruptura inmediata, pero sí frente a una reconfiguración acelerada del orden hemisférico.

Y conviene analizarla sin pánico, pero con objetividad.

Hoy el Caribe vuelve a convertirse en un espacio donde convergen tres dinámicas simultáneas:

.- La crisis venezolana y la fragilidad institucional de la región.

.- El reposicionamiento geopolítico global entre Washington y Moscú.

.- El giro estratégico de la administración Trump en su relación con Sudamérica.

A partir de aquí, trazamos los cuatro escenarios posibles, del más probable al menos probable, sin dramatismos, pero sin ingenuidades.

Escenario 1: Normalización vigilada (el más probable).

Washington reordena su política hacia Venezuela con un enfoque pragmático: estabilidad, energía y contención de riesgos migratorios. Rusia mantiene una presencia limitada, simbólica, pero suficiente para enviar un mensaje de resistencia geopolítica.

Esto no evita la tensión, pero sí la mantiene en un rango gestionable.Venezuela seguiría siendo un socio incómodo, pero útil, tanto para Rusia como para EEUU. El Caribe se mantendría en vigilancia diplomática, sin sobresaltos mayores, aunque sin resolver los desequilibrios estructurales.

Escenario 2: Reescalada controlada

Aquí la tensión aumenta, pero sin llegar a ruptura.Estados Unidos endurece sanciones, presión diplomática y presencia militar regional si percibe que Moscú está usando Venezuela para multiplicar su capacidad de influencia.Rusia responde intensificando visitas navales, ejercicios conjuntos o acuerdos técnicos en defensa.

Venezuela se convierte, de nuevo, en territorio de disputa indirecta, como lo fue en los años 80.Es una escalada calibrada: movimientos de advertencia, no de invasión.

Escenario 3: Ruptura estratégica

Este escenario es menos probable, pero no imposible. Ocurre si Venezuela entra en una deriva interna mucho más inestable: conflicto político severo, fractura institucional o colapso energético.En ese vacío, cualquier movimiento ruso —por pequeño que sea— tendría un peso desproporcionado.Washington respondería con medidas fuertes: bloqueo económico intensificado, restricciones financieras y presión multilateral.

Moscú buscaría obtener réditos diplomáticos y simbólicos, no un despliegue masivo.No es el escenario más verosímil, pero sí un riesgo latente.

Escenario 4: Esferas de influencia reconocidas

Estados Unidos acepta un cierto grado de presencia rusa en Venezuela, bajo la condición de que no escale a infraestructura militar sostenida.A cambio, Moscú modula su presión en otros frentes y limita sus demostraciones en el Caribe.Sería una especie de pacto tácito, no anunciado, pero funcional.

Ambas potencias reducirían costes y evitarían riesgos innecesarios.

Es el menos probable a corto plazo, pero uno de los más racionales a medio plazo. El nuevo vector: “si tú te acercas a mi frontera, yo me acerco a la tuya”. La presencia rusa en Venezuela no se entiende sin esta lógica estratégica. No es solo ideología, ni petróleo, ni alianzas históricas.

Es un movimiento espejo.

Cuando Estados Unidos avanzó hacia el espacio de influencia ruso —sobre todo con la expansión hacia Europa del Este y, finalmente, con el acercamiento decisivo a Ucrania— Moscú interpretó que la respuesta debía ser simétrica: Si tú entras en mi zona de seguridad,yo también puedo entrar en la tuya.

No es una equivalencia militar —Rusia no tiene capacidad para replicar el despliegue occidental en Europa—, pero sí es una equivalencia simbólica y estratégica.Rusia no necesita bases permanentes ni una gran flota.

Le basta con estar, con enviar barcos al Caribe, con aparecer en un punto sensible para Washington. Su mensaje es claro:> “La frontera entre tu espacio y el mío ya no es unilateral. Puedo moverme donde tú te mueves.”Este no es un juego nuevo.

Es la misma lógica que definió décadas enteras de la Guerra Fría, pero ahora se despliega con menos aparatosidad y más cálculo.

Y el Caribe, por su proximidad a EEUU, se convierte en un lugar perfecto para ejercer esa presión sin llegar al choque directo.la disputa que revela un mundo en reconfiguración.

La tensión en el Caribe sería, en otros tiempos, un capítulo menor en la política global. Hoy no lo es. En un mundo en plena reconfiguración, cualquier movimiento en esta franja marítima activa una cadena de significados que va más allá de la región.

No hablamos solo de maniobras navales: hablamos de un momento histórico en el que las potencias vuelven a medirse a través de terceros territorios, donde la rivalidad geopolítica se expresa en zonas de influencia, rutas energéticas y demostraciones de fuerza calculadas.

Lo que está ocurriendo entre Estados Unidos, Rusia y Venezuela no es una crisis aislada. Es una pieza dentro de un tablero más amplio que se extiende desde Oriente Medio hasta el Indo-Pacífico, con China observando cada movimiento y la Unión Europea intentando mantener un papel que a menudo queda reducido a declaraciones diplomáticas.

En este contexto, el Caribe se convierte en un escenario simbólico: un eco lejano de la Guerra Fría, pero con reglas nuevas y protagonistas que ya no se ajustan al molde clásico.

Una competencia que se juega en varios frentes

Estados Unidos atraviesa un momento de redefinición estratégica. La administración Trump ha intensificado la presión sobre Venezuela, no solo por razones ideológicas, sino por un cálculo más profundo: controlar el flujo energético, frenar la influencia de potencias extrarregionales y proyectar seguridad en su vecindad inmediata. Washington sabe que su credibilidad hemisférica está en juego.

Rusia, por su parte, actúa con precisión quirúrgica.

No busca una confrontación abierta —sería un error estratégico enorme— pero sí pretende demostrar que tiene capacidad de presencia y respuesta lejos de sus fronteras. Su apoyo a Maduro tiene un valor político (sostener a un aliado), económico (acceso a recursos energéticos) y militar (demostrar proyección en el patio trasero de Estados Unidos).

Y al hacerlo, envía un mensaje directo: Moscú sigue siendo un actor relevante en la arquitectura global. Mientras tanto, China observa y toma nota. No interviene militarmente, pero su influencia económica sobre Venezuela y su disputa soterrada con Estados Unidos la convierten en un actor silencioso pero inevitable.

El impacto sobre América Latina: entre la presión y la oportunidadAmérica Latina está lejos de ser un espectador neutral. Brasil intenta equilibrarse entre su posición tradicional de no intervención y su aspiración de liderazgo regional.

México opta por la prudencia diplomática, preocupado por su frontera norte y su propia agenda interna. Colombia y Guyana, más vulnerables, se mueven entre la inquietud y la necesidad de cooperación internacional.

En el terreno económico, cualquier incremento de tensión afecta directamente al precio del petróleo, a las rutas comerciales y a la estabilidad de países altamente dependientes de la importación energética. A nivel político, la crisis refuerza discursos soberanistas o antiimperialistas en ciertos gobiernos, mientras otros temen un desbordamiento migratorio si Venezuela sufre una nueva sacudida interna.

En suma: lo que ocurre en el Caribe no se queda en el Caribe. Atraviesa fronteras, sistemas de seguridad y equilibrios diplomáticos.

Los líderes que moldean la tensión.

Aquí entra un factor que, a menudo, los análisis estratégicos omiten: el papel del liderazgo personal. Tanto Donald Trump como Vladimir Putin no solo representan a sus países: representan visiones del mundo que chocan entre sí.

Trump gobierna desde la lógica de la presión máxima y la transacción política. Su relación con América Latina ha sido ambivalente, pero su enfoque hacia Venezuela se ha endurecido. Busca resultados visibles, victorias rápidas y una demostración de fuerza global que pueda capitalizar políticamente.

Putin, en cambio, juega al largo plazo. Su presencia en el Caribe no es improvisada; forma parte de una estrategia que combina proyección militar con influencia diplomática. No actúa por impulsos, sino por cálculo.

Ambos líderes, sin embargo, comparten un rasgo: saben que la política exterior también es un escenario interno. Y en esa búsqueda de posición, de relato y de control, aumentan las posibilidades de que la tensión se mantenga durante meses, incluso años.

Lo que posiblemente podría pasarMirando las tendencias actuales, lo más probable es una prolongación del escenario de tensión controlada, con episodios puntuales de presión, maniobras y demostración de fuerza.

EE.UU. seguirá tratando de ahogar diplomática y económicamente al gobierno de Maduro, mientras Rusia lo sostendrá lo suficiente para evitar un colapso que modifique el equilibrio regional.

El Caribe se mantendrá en un estado de alerta tibia: sin explosiones, pero sin calma. Lo que innegablemente podría pasarHay dinámicas estructurales que no se pueden ignorar. El mundo se dirige hacia una competencia prolongada entre potencias, donde los países intermedios serán escenarios de presión geopolítica.

América Latina volverá a ser un espacio disputado, y países como Venezuela, Brasil, México o Cuba serán piezas relevantes en esa disputa. La región deberá prepararse para un entorno donde las tensiones externas influyan en decisiones internas, donde la política energética gane peso y donde la seguridad hemisférica vuelva a ser un eje de discusión.

No es una profecía. Es la consecuencia natural de un mundo que se reorganiza.

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