LOS PILARES INVISIBLES

Fernando Ortega, el Berguedá, Catalunya

Llegaste a Barcelona cargada de ilusiones. Ya estábamos en Cataluña, lo habías conseguido. Tus hijos tendrían una oportunidad… pero no tardaste en descubrir que aquí los perros no se ataban con longanizas.

El alquiler no se pagaba solo, la comida no era gratis, y cinco hijos creciendo no esperaban. El sueldo de tu marido no alcanzaba, como ya sabías desde el pueblo. Pero aquí no había vecinas solidarias: todas iban igual de cargadas, igual de cansadas.

No habías terminado de deshacer las maletas y ya estabas sirviendo en una casa. Tú, que apenas habías visto un autobús pasar por la carretera, aprendiste a coger autobús, tren y metro.

No hay nada más listo que el hambre y la necesidad: pronto te pusiste al día. Limpiabas dos porterías antes de que tus hijos llegaran del colegio. El sábado eras un torbellino: si no limpiabas casa ajena, limpiabas la propia.

Y aún te daba tiempo de lavar y planchar para los hombres de la pensión de Paco. No entendías cómo podías pagar toda una vida por un piso que nunca sería tuyo.

El alquiler , no era una opción.Nunca pasamos hambre, pero tampoco tuvimos «lujos» ¿un yogurt? Ostras, claro, hoy es Domingo!! Los reyes… tampoco fueron nunca espléndidos en nuestra casa, pero lo poco que caía, era celebrado con ilusión y alborozo!Todo el dinero era para la entrada.

¿Qué entrada estaría buscando mamá?, pensábamos mis hermanas y yo. Solo entendíamos la del piso, la que se ve. Años más tarde seguimos riéndonos cuando te escuchamos decir: —¡Este piso es mío! ¡Lo he pagado yo! Y cuando respondíamos: “Mamá, que papá también trabajaba…”, tú respondías con esa mezcla de orgullo y sorna: —Sí, pero lo de tu padre era pa comer… ¡lo mío era para el piso!.

Esa es la infancia que nos diste. No hubo lujos, pero en ejemplo, mis hermanas y yo fuimos millonarias.Pero también crecimos con una herencia: la sensibilidad de ver a las invisibles, las del trabajo que nadie ve, las manos que nadie aplaude, el esfuerzo que no se reconoce, y verte reflejada en todas y cada una de ellas.

Las Kellys: las espaldas que sostienen el turismo, las que dan brillo a un negocio que rara vez les devuelve el reflejo de su dignidad. Son las obreras invisibles de los hoteles, las que a fuerza de esfuerzo y dolor hacen que otros disfruten del lujo y la comodidad.Cada mañana, habitaciones por limpiar, camas que estirar, baños que relucir.

Veinticinco, treinta, incluso más en una sola jornada. Sin tregua, sin respiro, con un cronómetro marcando una carrera sin meta. Dolor en la espalda, los hombros, las muñecas. Les llaman “daños colaterales”, pero son heridas de guerra. Y en esa guerra, solo ellas combaten.

Un trabajo que enferma, pero que oficialmente no deja huella.Explotadas por la patronal, invisibles para muchos sindicatos, utilizadas por los políticos en campaña y olvidadas al día siguiente. Ignoradas por la sociedad que entra a una habitación limpia sin preguntarse quién la ha dejado así. Esa comodidad tiene un precio.

Y si su cuerpo no resiste, la baja médica es un lujo que no se pueden permitir. Porque el miedo al despido pesa más que el dolor.La precariedad las acecha: externalización, contratos basura, ritmos inhumanos. La salud se deteriora, el cuerpo se quiebra, la mente se agota. Y cuando ya no pueden más, solo queda la automedicación: antiinflamatorios para seguir en pie, ansiolíticos para soportar la presión, adicciones como refugio.

Y sin embargo, luchan. Han gritado en las calles, han denunciado en los juzgados, han exigido lo que les corresponde por justicia. No piden caridad, exigen derechos. No quieren aplausos vacíos, quieren condiciones dignas. Porque sin ellas, los hoteles serían solo edificios con camas deshechas y baños sucios. Son el alma invisible del turismo.

Míralas. Reconócelas. Apóyalas. Las Kellys no son una nota al pie: son el fundamento. Su lucha es la de muchas. Camareras de piso, trabajadoras del hogar, cuidadoras, limpiadoras.

Todas sostienen con sus manos invisibles un mundo que no quiere verlas. Hasta que griten tan fuerte que no haya más remedio que escucharlas.En un país donde más del 12% del PIB depende directamente del turismo, los gobiernos —uno tras otro, sin importar las siglas— han apostado por hacer de este país un gran parque temático con sonrisa obligatoria.

La apuesta es tan fuerte que casi todos los oficios relacionados con la hostelería están regulados y tienen su propia formación profesional: cocineros, camareros, recepcionistas, botones… todos cuentan con una FP que dignifica, al menos sobre el papel, su labor.

¿Todos? No. No hay FP para las Kellys. No existe formación profesional para este trabajo imprescindible. El que garantiza que el cliente encuentre la habitación impoluta y las sábanas perfectamente dobladas. Tan despreciado está, tan ninguneado, que ni siquiera se les reconoce el derecho a ser formadas.

Como si la limpieza viniera en el ADN, como si ser mujer fuera suficiente para saber limpiar.Pero este trabajo, aunque esté mal pagado, requiere técnica, precisión, conocimientos, esfuerzo. Manejan productos químicos peligrosos sin formación; cargan con pesos inadecuados sin saber cómo protegerse; trabajan a destajo sin saber qué es un movimiento ergonómico.

¿Por qué no hay una FP para las Kellys? ¿Por qué no se enseña cómo evitar lesiones, cómo preservar la salud, cómo mejorar la eficiencia sin destruir el cuerpo?Porque no se las ve. Porque no se las quiere ver. Son tratadas como los trapos que usan: útiles, pero desechables. Como si su esfuerzo no mereciera respeto, ni reconocimiento, ni formación.

Como si sus cuerpos fueran solo instrumentos, y su dignidad, un lujo fuera de presupuesto.Pero sin ellas, ¿quién haría tu cama? ¿Quién limpiaría tu porquería? ¿Quién te permitiría cobrar esos precios desorbitados por noche en tus habitaciones de hotel? Sin ellas, no hay turismo que valga.La próxima vez que entres en un hotel y respires limpieza, piensa en esas manos invisibles.

Las mismas que un día fueron las de mi madre, las de tantas mujeres que sostuvieron hogares y levantaron países enteros sin más escudo que su espalda.Es hora de devolverles lo que es suyo. Formación, derechos, visibilidad, respeto.

Porque sin ellas, no hay futuro posible.¿Hasta cuándo? ¿A qué sindicato le duele la espalda de estas mujeres? ¿A qué Ministerio le toca dignificarlas?

Fernando Ortega,
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