Fernando Ortega, el Berguedá, Cataluña.
Autonomía, memoria y lucha: el anarquismo catalán que no se resignó.
El movimiento libertario no fue solo una etiqueta: fue escuela, prensa, huelga, feminismo, fusil y palabra. En Cataluña —y desde Cataluña— nació un anarquismo que enseñó a leer a obreros y obreras, organizó la resistencia en los años de pistolas y legó una pedagogía crítica que hoy seguimos recuperando. Este artículo recorre ese hilo: definición, epicentro, mujeres, violencia, educación y herencia.
¿Qué entendemos por libertarismo?
Antes de hablar de héroes o barricadas, hace falta recuperar el sentido de la palabra. El libertarismo —en su tradición europea y latinoamericana— reivindica la soberanía individual en clave colectiva: la autogestión, la abolición de las jerarquías y la emancipación material. No es una simple reivindicación de «libertad» entendida como mercado sin reglas; es una apuesta por la libertad que se construye desde la igualdad y la cooperación.
En los últimos tiempos el término ha sido apropiado y vaciado por corrientes radicalmente distintas; recuperarlo exige reafirmar su contenido antiautoritario y social.
Cataluña: epicentro de una vanguardia obrera.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, Cataluña fue la máquina industrial que transformó España. La llegada masiva de trabajadores a ciudades como Barcelona creó no solo fábricas, sino una cultura del asociacionismo: ateneos, sociedades de resistencia, bibliotecas y prensa obrera. Fue allí donde la CNT creció hasta convertirse en un sujeto social capaz de disputar ciudades, calles y mentes. Intelectuales, maestros racionalistas y militantes artesanos confluyeron en un discurso que ligaba técnica, solidaridad y emancipación.
Con puertos abiertos a ideas y mercancías, Cataluña conectó con corrientes europeas y transformó la autogestión en práctica cotidiana: cooperativas, escuelas laicas y pedagogías libertarias que enseñaban pensamiento crítico en vez de obediencia. Esa pedagogía fue fuerza política: formar para emancipar.
Educación: las armas suaves del libertario.
Donde la escuela pública fallaba, surgieron ateneos, escuelas racionalistas y bibliotecas obreras. No se trataba solo de alfabetizar; se trataba de producir sujetos críticos. La autoedición multiplicó folletos y manuales, y los cursos de ciencia, historia o idioma fueron talleres de conciencia de clase. Las mujeres, en esos espacios, no solo aprendían: organizaban, enseñaban y fraguaban una cultura libertaria con perspectiva de género que hoy reivindicamos.
Durante la dictadura franquista, esa educación se convirtió en resistencia: preservar la memoria, el método crítico y la red de solidaridad fue, muchas veces, cuestión de vida o muerte.

Los años de las pistolas: conflicto abierto.
Entre 1917 y 1923 Barcelona vivió una radicalización que vino de la industrialización, la inflación y el retraso de las reformas sociales. La Huelga de la Canadiense (1919), las detenciones masivas en Montjuïc y la aparición de grupos parapoliciales como la llamada “Banda Negra” marcan un periodo en el que la represión estatal y la violencia patronal obligaron a muchos sectores a tomar la vía de la defensa armada. Asesinatos de líderes sindicales, atentados, escuadrones de pistoleros y la intervención militar fueron la respuesta de un poder que prefería la llave de la cárcel a la mesa de negociación.
Hoy reivindicar a Salvador Seguí, Pau Sabater o a los miles que organizaban la huelga es recordar que la conquista de derechos —la jornada de ocho horas, las libertades sindicales— se ganó en la calle.
Libertarias: las que no entraron en el canon.
La historia oficial ha silenciado sistemáticamente a las mujeres del movimiento: Lucía Sánchez Saornil, Federica Montseny, las maestras racionalistas, las resistentes que tejían redes y ocultaban perseguidos. Las libertarias no fueron acompañantes: fueron promotoras de pedagogía, prensa, cuidados colectivos y acción política. Visibilizarlas no es un ejercicio de corrección histórica: es comprender la auténtica matriz del movimiento.
Y cuando el Estado persiguió, fueron ellas quienes, muchas veces, levantaron aulas clandestinas y sostuvieron la solidaridad práctica: guarderías cooperativas, comedores y redes de apoyo.
Héroes, martirios y pedagogías de la memoria.
El anarquismo catalán produjo nombres que son memoria: Durruti, Ferrer Guardia, Anselmo Lorenzo, Salvador Seguí —pero también miles de anonim@s que hicieron posible una cultura de resistencia. La memoria no es un museo de héroes, es una herramienta para la acción: aprender de tácticas, de errores, de estrategias de cohesión social. La pedagogía libertaria nos enseña que formar hoy es hacer, y que la utopía no es huida del mundo sino combate por él.
Herencia viva: ¿qué queda y qué hacemos?.
El legado libertario sigue presente en cooperativas, huertos urbanos, asociaciones de barrio y en prácticas cotidianas de solidaridad. Pero la pregunta que nos lanza el movimiento es política y urgente: ¿cómo recuperar un discurso de clase que hable a la juventud precarizada? ¿Cómo llevar la autogestión a la era de plataformas digitales, trabajo gig y control económico? Responder a esas preguntas implica traducir la pedagogía histórica a prácticas concretas: escuelas populares hoy, laboratorios de cooperativismo, alfabetización digital crítica y sindicatos sensibles a nuevas formas de precariedad.
Memoria para la acción.
El anarquismo catalán nos dejó un mapa de herramientas: educación emancipadora, prensa libre, organización desde la base y coraje para enfrentarse a la represión. No es relato de museo: es manual de combate. Recuperar ese legado exige más que nostalgia: exige volver a las calles, a las aulas y a las fábricas con la convicción de que la libertad es colectiva y cuesta trabajo.
Porque si hay un sentido profundo en este artículo , es el de recordarnos que la lucha por la autonomía no caduca. La tradición libertaria no desaparece si la ejercitamos: se hace presente en cada herramienta que ponemos a disposición del común.
¡A LAS BARRICADAS, A LAS BARRICADAS!
¡¡EN EL NOMBRE DE LA CONFEDERACIÓN!!
