Por Fernando Ortega ; El Bergeda, Catalunya
Desde que estalló el conflicto, repetimos la pregunta: ¿qué paz pueden prometer si uno de los bandos sigue matando mientras el otro agoniza desarmado? Esa pregunta no es retórica: es la clave para entender por qué muchos “altos el fuego” terminan siendo trampas políticas, no treguas reales.
La ilusión del cese de hostilidades
En estos días, se anuncia un alto el fuego que muchos reciben con esperanzas. Pero hay que mirar con ojo crítico: ya en conflictos anteriores, esas “pausas humanitarias” no detenían el control militar, el bloqueo ni las operaciones “selectivas”.
Este ciclo se ha repetido: se acuerda un cese limitado, el lado menos armado cumple, mientras el otro aferra su aparato bélico intacto y continúa atacando con excusas legales o de “seguridad”.
Eso no es tregua: es imposición con pausa.
Si solo una de las partes dispone de capacidad de destrucción masiva —drones, bombarderos, inteligencia satelital— y la otra vive sitiada en tierras asediadas, el cese unilateral no cambia la dinámica: el uso del poder se preserva, y la muerte continúa. En forma menos intensiva, pero continúa.Informes previos al año 2025 ya documentaron violaciones sistemáticas del alto el fuego por parte de Israel durante pausas acordadas: bombardeos nocturnos, apagones de electricidad en Gaza, cierre de pasos humanitarios.
En otras palabras, la guerra no se detiene, solo se suspende momentáneamente el clamor mediático.
Unilateralidad real = violencia persistente
El concepto “alto el fuego unilateral” parece exagerado hasta que lo miras con hechos. En la práctica:Se anuncian pausas más simbólicas que operativas, con cláusulas que permiten “ataques contra objetivos terroristas”.
Se mantienen controles fronterizos, bloqueos y restricciones humanitarias que estrangulan a la población civil. El agresor conserva su infraestructura militar intacta y libres movimientos estratégicos, mientras el oprimido sufre destrucción de hospitales, escuelas, hogares, sistema eléctrico, agua potable.
Así, mientras “se respeta” el alto el fuego, sobreviven las condiciones de violencia lenta: inanición, enfermedades evitables, desplazamientos, colapso de servicios.
Un medio independiente lo ha dicho claramente: “Confundir un cese de hostilidades con el fin de la guerra es una trampa que ya conocimos en octubre” . Este no es el amanecer de una paz real: es una tregua para reaccionar, no para sanar.
Y los datos lo respaldan: durante la tregua de enero-marzo de 2025, se registraron centenares de violaciones documentadas por parte del ejército israelí, con decenas de muertos entre la población civil.
El bloqueo: la otra arma silenciosa
Incluso si cesaran todos los bombardeos, el bloqueo continuaría. Eso significa fronteras cerradas, rutas humanitarias bloqueadas (o muy controladas), restricciones a insumos médicos, agua, combustible, materiales de reconstrucción.
Esa violencia paralela mata lentamente.
Una tregua sin levantar el bloqueo es un concierto sin partitura: todos escuchan silencio, pero la maquinaria sigue operando en lo profundo. Miles de toneladas de ayuda humanitaria quedan retenidas en los pasos fronterizos; en la región norte de Gaza, el acceso sigue siendo casi imposible. Organismos de Naciones Unidas advierten que 600 camiones de ayuda diarios son insuficientes frente a la magnitud de destrucción y necesidades.
Así, mientras se proclama que la guerra “se detiene”, el 95 % de las infraestructuras están destruidas y la población se enfrenta a hambre, epidemias y muerte lenta.
Paz con justicia o paz ficticia?
Una paz verdadera no es ausencia de disparos, es justicia y restitución. No basta con suspender la ofensiva militar, se necesita:-Retirada militar efectiva-Fin del bloqueo y apertura plena de fronteras-Reparación a las víctimas civiles-Derecho al retorno-Garantías legales de no repetición-Desarme de milicias y colonos extremistas bajo supervisión internacional.
Sin esos elementos, lo que se consigue es una paz sobre los escombros, una capitulación disfrazada donde el pueblo civil carga el precio del alto el fuego.
Para que el cese de hostilidades no sea otra doblez política, requiere mecanismos de verificación independientes, jueces internacionales y control público: sin eso, la “paz” queda atrapada en la voluntad del más fuerte.Como analiza el politólogo Bruce Jentleson, muchas treguas en la región han fracasado porque no integraron “el elemento humano” y permitieron que “spoilers” internos boicoteen el proceso. Aunque el nuevo acuerdo ha recibido una atención mediática sin precedentes, eso no garantiza su cumplimiento real.
La narrativa mediática: el alto el fuego como imagen.
Otro frente de batalla es la prensa y la comunicación política. Se construye la narrativa de “Israel detiene los bombardeos; ahora es momento de paz moderada”. Eso sirve para lavar la imagen, disolver resistencias críticas, legitimar nuevas operaciones como “restauración del orden”.
Pero oculto en ese relato está lo que no se dice: que la inmensa mayoría de los muertos durante las “pausas” fueron civiles; que las vidas rotas no aparecen en titulares resonantes; que las negociaciones se dicen “complejas” pero tras bambalinas siguen controlando el acceso al agua, al refugio y a la vida diaria.
Un estudio reciente detecta cómo los medios occidentales tienden a presentar víctimas israelíes como individuos reconocibles, pero palestinos como estadísticas abstractas, buscando un falso equilibrio mediático que deslegitima el sufrimiento del lado bajo asedio.
La prensa cómplice de esta “paz en pausa” contribuye —a veces sin querer— a neutralizar el clamor moral, al suavizar la denuncia, presentando los altos el fuego como “avances diplomáticos” cuando son, en realidad, concesiones mínimas del más fuerte.
La verdad incómoda: nadie abandona su arma.
Algunos dirán: “¿Pero cómo exigir que una parte se desarme cuando ha sido atacada brutalmente durante años?” La respuesta es obvia: quien no se siente amenazado no tiene necesidad de mantener un ejército agresor. Pero en este conflicto eso se invierte: la potencia ocupante despliega un aparato militar para imponer su voluntad, y exige al más débil que se rinda, se desarme y acepte la paz en condiciones impuestas.
La lógica del “alto el fuego” como cesión unilateral se funda en una coerción silenciosa: te doy una tregua si aceptas mantenerme el control.
Esa paz no es pacto, es dominación.
Si algunas milicias palestinas resistieron, fue por supervivencia, por dignidad. Pero cuando los bombardeos se detienen, cuando los niños dejan de morir bajo escombros, el alivio no debe confundirse con aceptación.
No se invita al desarme. Se exige justicia —o, al menos, que se abra paso a la reconstrucción bajo soberanía.
Un llamado urgente
Este artículo no es pesimismo estéril. Es una llamada urgente a no aceptar la narrativa dominante, a no confundir pausas con victorias, a no permitir que el sufrimiento quede atrapado en informes estadísticos. Pido a los medios que denuncien las violaciones del alto el fuego sin esperar “la gran ruptura”.
Que vigilen, que acompañen los testimonios del terreno. Que no presenten la tregua como punto final, sino como momento de prueba: ¿se sostendrá? ¿Se convertirá en camino hacia justicia? Pido a los gobiernos, a los parlamentos, a la sociedad civil que no celebren una paz falsa.
Que exijan que los mecanismos de verificación sean efectivos, que la retirada militar sea real, que el bloqueo cese, que la reconstrucción esté en manos locales.
Pido a cada lector que lea entre líneas: cuando te digan que “ahora se respeta la tregua”, pregunta quién la respeta, qué partes siguen operando, quiénes siguen muriendo en silencio. Porque no todo silencio es paz. A veces es el eco del poder que espera su momento para seguir matando.