Por Fernando Ortega, El Berguedá, Catalunya., Redacción de la Revista TU VOZ.
LA DIADA DE CATALUNYA:(Día de Cataluña ) Entre la derrota y la memoria
PRÓLOGO:Era una mañana tranquila de septiembre.
Manel y yo compartíamos café en una terraza del Eixample, cuando me atreví a poner sobre la mesa la pregunta que siempre me rondaba la cabeza:
.-Pero, Manel… ¿por qué una derrota? Él me miró con calma, dio un sorbo corto a su cortado y, sin vacilar, me contestó: .-Se nos pregunta por qué hoy, 11 de septiembre, todavía nos ponemos en guardia.
Empezamos por lo que pasó: el 11 de Septiembre de 1714 no es solo una fecha; es una cicatriz que se hizo institucional y luego, con paciencia de siglos, se volvió relato.
La ciudad cayó, las instituciones fueron desplazadas y un proyecto de libertad política quedó acelerado en la memoria colectiva. Pero cuidado: no fue únicamente una derrota militar.
Fue también el final de un encadenamiento institucional (de leyes, pactos y prácticas) que daban sentido a una manera de estar en el mundo.Decir «1714» no basta. Hay que decir cómo se recuerda: quién cuenta la historia, con qué énfasis y para qué fin. En la construcción del mito han intervenido victoriosos y vencidos, gobiernos centrales y sociedades locales, militares y poetas.
La memoria, como la política, se negocia; y la Diada nace de esa negociación: un recordatorio que, con el tiempo, pasó de luto a símbolo de resiliencia.
Si hoy la Diada sirve para convocar, para protestar o para celebrar (a menudo las tres cosas a la vez) es porque la herida se cerró con memoria activa: con canciones, manifestaciones, escuelas y discursos.
Y ahí está la pregunta que nos convoca: ¿qué hacemos con una memoria que se rehúsa a quedar en los libros y demanda presencia en la calle?
ENTRE LA DERROTA Y EL MITO
El 11 de septiembre no es una fecha cualquiera en Catalunya. Cada año, la Diada Nacional convoca a miles de personas a las calles, entre banderas, flores y consignas. Para unos, es una jornada de reivindicación política; para otros, un ritual de memoria colectiva; para muchos, un motivo de controversia.
Pero detrás de esta cita anual late una pregunta más profunda: ¿qué significa que una comunidad tome como día nacional la conmemoración de una derrota?
1714: EL INICIO DE UNA CICATRIZ
La jornada recuerda la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714, tras catorce meses de asedio en la Guerra de Sucesión española. No fue solo el derrumbe militar de una ciudad. Supuso también la desaparición de un sistema de autogobierno forjado en pactos, cortes e instituciones propias.
La victoria borbónica trajo consigo la imposición de un modelo centralista que desmanteló el entramado jurídico y político catalán.Ese episodio, que para la dinastía vencedora fue un triunfo estratégico, para buena parte de la memoria catalana quedó grabado como una pérdida de soberanía y de identidad política.
DEL DUELO AL MITO
Durante décadas, aquel recuerdo quedó en silencio, como tantas derrotas que el tiempo engulle. Fue en el siglo XIX, con el auge del romanticismo y los movimientos nacionales en Europa, cuando el 1714 se transformó en mito. Poetas, historiadores y políticos rescataron la efeméride y la convirtieron en símbolo.
El cementerio de los caídos en el Fossar de les Moreres, al lado de Santa Maria del Mar, pasó de ser un espacio olvidado a un lugar de peregrinaje. Allí se encendió la llama de una memoria que dejó de ser solo duelo para convertirse en bandera.
UNA CONMEMORACIÓN INCÓMODA
La Diada, sin embargo, nunca ha sido unívoca. Durante la dictadura de Primo de Rivera y, más tarde, con el franquismo, estuvo prohibida. Ese intento de borrarla del calendario la convirtió en un acto de resistencia.
Bajo flores, misas y discretas reuniones, la conmemoración sobrevivió como recordatorio de lo que estaba vetado. Tras la Transición, el 11 de septiembre recuperó su lugar oficial, aunque ya no era solo memoria: era también un espacio de reivindicación política, abierto a interpretaciones muy distintas.
LA DIADA HOY
En democracia, la Diada se ha transformado en un escenario múltiple. Es día de fiesta institucional, con ofrendas y discursos oficiales. Es también jornada de movilización popular, especialmente desde el auge del movimiento independentista. Y, al mismo tiempo, es un espejo de las divisiones internas de la sociedad catalana: entre quienes la viven como celebración de identidad cultural, quienes la entienden como clamor político y quienes la observan con distancia o incluso recelo.

¿CELEBRAR LA DERROTA?
El rasgo más llamativo de la Diada es, quizás, su paradoja: celebrar una derrota. Mientras otros pueblos escogen como día nacional una victoria, Catalunya eligió recordar su caída. Pero ahí radica su singularidad. En lugar de exaltar un triunfo, la Diada pone en el centro la resistencia, la persistencia de una memoria que se niega a ser borrada.
En ese gesto late una enseñanza: las naciones no se construyen solo con gestas gloriosas, sino también con cicatrices compartidas. Y esa memoria, viva y en disputa, sigue convocando cada 11 de septiembre a miles de personas que, entre flores y estelades, reivindican que el pasado todavía dialoga con el presente.
EPILOGO:
El camarero se llevó las tazas vacías y, con el rumor de la calle de fondo, me quedé pensando en lo que Manel acababa de decir. Sonreí y le respondí despacio, como quien comparte una convicción más que un argumento:
.-¿Sabes, Manel? Tienes razón: la memoria no está en los libros, sino en las calles.
Y cuando uno mira la Catalunya de hoy, se da cuenta de que ya no es aquella ciudad sitiada de 1714. Es mucho más: es la suma de todas las resistencias, de todas las voces y de todas las vidas que la han ido construyendo.
Porque Catalunya no es un lugar cerrado ni uniforme, sino un mosaico diverso. Aquí han hecho su casa personas venidas de cada rincón de España y también de muchos lugares del mundo.
Y todos han dejado su huella: en las fábricas, en los barrios, en las escuelas, en las plazas donde crecen nuevas generaciones. Esa mezcla, lejos de restar, ha dado fuerza y riqueza a esta tierra.
Por eso Catalunya es plural, pero con voz propia. Una voz que hunde sus raíces en la lengua y la cultura propias, y que solo pide poder crecer en libertad, sin tener que elegir entre ser catalana, española o europea.
La Diada, entonces, no es solo recuerdo del pasado: es un presente compartido y una manera de decir que seguimos aquí, con dignidad y con futuro. Una memoria que no divide, sino que invita a convivir.
Levanté la vista y le dije con una sonrisa:—Al final, Manel, la Diada no celebra la nostalgia. Celebra la persistencia. Y en esa persistencia, cabemos todos.

