Por Walter C. Medina
Émulo de personajes excéntricos y trasnochados como Trump, Bolsonaro y Abalcal; Javier Milei se ha convertido en el dolor de cabeza de una clase política que asegura no haber visto venir al fenómeno freak que hoy, a poco menos de dos meses para las presidenciales, es el favorito del electorado. Parafraseando a Kafka podría decirse que “nada de esto aconteció de repente, pero de repente nos dimos cuenta”. ¿De qué?: de que a poco de cumplirse el cuarenta aniversario del retorno de la democracia, los derechos y conquistas que significaron sangre, sudor y lágrimas están en grave riesgo de desaparecer.
El propio Milei, ante la estupefacción de quienes no olvidamos lo que costaron esas conquistas, se mofa de ellas en la exposición mediática de su programa de gobierno. El libertario ultraderechista prometió eliminar once ministerios, entre ellos el de Salud, el de Cultura, el de Mujeres, Géneros y Diversidad, el de Ambiente y Desarrollo Sostenibles, el de Obras Públicas, el de Ciencia, Tecnología e Innovación, el de Trabajo, el de Educación y, como todo buen neofascista de manual, también el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI); lo que representaría un atentado flagrante contra derechos democráticos elementales, y contra los derechos humanos reconocidos por la ONU y asumidos en tratados internacionales. Milei sostiene que “la salud no debe ser un derecho garantizado por el Estado”.
Lo que propone es un sistema privado donde cada ciudadano y ciudadana pague los servicios médicos. Un “sálvense quien pueda” disimulado mediante una suerte de lo que denomina «seguro nacional de enfermedades de alto costo». Una aberración equiparable a esas otras de las que se jacta: Libre comercio de órganos y libre portación de armas. Una postal de la Argentina distópica que nadie vio venir.
Con gesticulaciones mussollinianas y un discurso cargado de odio, Milei supo capitalizar el descontento de una sociedad que, de elegirlo como presidente, habrá retrocedido más de cuarenta años. En su libro “De la Gran Guerra al Totalitarismo”, publicado en 1990, George L. Mosse refiere a lo que llama “brutalización de la política”, un concepto mediante el cual pretende explicar la deriva brutal de la política en la Europa posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando la violencia interiorizada en los frentes de guerra contaminó la vida civil hasta convertirla en un barrizal de agresividad, de nihilismo, de culto a la fuerza, de narcisismo, asesinatos y razias.
De todo aquello que parió el fascismo italiano, el nazismo, la extrema derecha francesa y la Falange española.Son las derechas las que saben sacarle rédito al descontento generalizado presentándose como la “única solución” para ponerle fin al caos mediante un supuesto orden que no es sino la aplicación de una doctrina que resalta los antivalores y promueve lo peor de la condición humana. Sopla un viento gélido y siniestro en la escena política Argentina.
Carlos Maslatón, alguien con quien Milei compartió espacio e ideas, sostuvo que “en las bases de los libertarios de la Argentina se ha concentrado la mayor cantidad de nazis y militantes anti-judíos”.
Y no es casual que esto ocurra, como tampoco lo es el hecho de que la candidata a vice-presidenta de La Libertad Avanza, Victoria Villarruel, sea la hija de un represor de la última Dictadura Cívico-Militar que desangró al país entre 1976 y 1983, y pasional defensora de los genocidas.
El fantasma del totalitarismo ya no es un fantasma. Ya ha llegado, ya está entre nosotros y su nombre es Javier Milei.