Por Roberto San Martín.
Nos hemos acostumbrado a que el ejército israelí dispare contra los niños palestinos por lanzar una piedra o acercarse a la valla de Gaza, pero nos resulta insoportable que Hamás acabe con la vida de los civiles israelíes.
Aunque ambas acciones son crímenes execrables, no despiertan la misma reacción en Occidente. Parece que unas vidas valen más que otras, pero lo cierto es que no hay ningún pretexto moral para asesinar a un inocente. Nuestra indiferencia -o tibia consternación- hacia las víctimas palestinas no sería posible si no existieran prejuicios raciales y culturales.
La islamofobia ha ocupado el lugar del antiguo antisemitismo. La derecha y la ultraderecha no cesan de avivar el odio hacia los países árabes, afirmando o insinuando que solo son una cuna de intolerancia y barbarie. Sin embargo, el mundo árabe no es un bloque uniforme, sino un mosaico de culturas y tradiciones.
Llama la atención la posición de la derecha y la ultraderecha española. Sí, la derecha heredera del franquismo, la de los herederos de Paca la Culona. ¿Por qué digo esto? Quienes tienen cierta edad, se acordarán que el de Ferrol, tenía una obsesión con el famoso contubernio judeo-masónico y odiaba de forma visceral a los judios, alabando a los araboparlantes. Pero vayamos a lo que vamos y dejemos la España en blanco y negro.
En Orientalismo (1978), el intelectual palestino Edward Said, miembro del Foro de Sabios de la UNESCO, ya denunció los “persistentes y sutiles prejuicios eurocéntricos contra los pueblos árabes-islámicos y su cultura”. Esos prejuicios han sido explotados para justificar las políticas coloniales de Europa y Estados Unidos. Occidente ha fomentando una dicotomía según la cual nuestra civilización es sinónimo de progreso y libertad, y Oriente un territorio bárbaro y exótico que se resiste a los cambios.
El Nobel tanzano Abdulrazak Gurnah piensa que los países islámicos consideran que los verdaderos bárbaros son los occidentales, pues en Europa y Estados Unidos se ha perdido el respeto a los mayores, se descuida a la familia, se atenta contra el pudor y se alientan los prejuicios contra otros pueblos.
Se asegura que el Corán incita a la guerra, pero se ignoran sus llamamientos a la misericordia, la paz y la tolerancia. En el Antiguo Testamento, también se justifica la violencia y se anima la exterminio del enemigo. En Samuel 1 15:2-3, Dios ordena a Saúl: “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”.
La Biblia y el Corán justifican la violencia en algunos momentos, pues reflejan los prejuicios de su época, pero en ambos textos prevalece la invitación a la paz y el perdón.
Israel tiene derecho a defenderse, pero su ataque contra la Franja de Gaza no obedece al afán de justicia, sino a la venganza. Sabe que la mayoría de las víctimas serán civiles palestinos y no le importa. La violencia de Hamás le ha proporcionado un pretexto para llevar a cabo una nueva operación de limpieza étnica en los territorios ocupados.
EEUU y la UE han demostrado una vez más que su ideario democrático solo es un fachada. Cuando sus intereses lo justifican, incumplen las leyes sobre derecho internacional humanitario y las libertades democráticas. Francia y Alemania han prohibido las manifestaciones pacíficas a favor de Palestina. Y Reino Unido ha advertido que ondear una bandera palestina puede ser considerado delito.
¿Se puede afirmar seriamente que Europa es un territorio democrático? El primer paso para lograr una paz duradera en Oriente Medio es combatir la islamofobia. El terrorismo yihadista no es un rasgo del Islam, sino un gesto de fanatismo inspirado en muchos casos por la desesperación.
Durante el siglo XIX, Occidente colonizó Oriente Medio, saqueó sus recursos y reprimió los movimientos independentistas. Este proceso no finalizó hasta 1971, cuando Emiratos Árabes Unidos obtuvo su independencia, pero eso no significó el fin del intervencionismo.
Desde entonces, se han producido intervenciones militares directas (Afganistán, Irak), se han instigado golpes de estado (Irán) o se ha sumido a países en el caos (Libia, Siria). Estas intromisiones son las que han avivado el odio hacia Occidente y no el Islam o las diferencias culturales.
Todo el mundo sabe que el pueblo palestino es víctima de una injusticia histórica, causada por británicos y franceses. Mientras no se reparen los agravios que ha sufrido y se le garantice un porvenir con dignidad y esperanza, la violencia continuará causando estragos. Desgraciadamente, las posibilidades de solución pacífica menguan sin cesar. Israel cree que puede aplastar a los palestinos, pero su poder militar no ha impedido un cruel atentado de Hamás.
Si quiere lograr seguridad, algún día tendrá que trabajar por la paz. Hasta entonces, seguirá corriendo la sangre de los inocentes.
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