Por Fernando Ortega, El Berguedá, Catalunya
El 1 de octubre, en aguas internacionales a unas 75 millas de la franja de Gaza, la marina israelí abordó y se apoderó de varios barcos de la flotilla “Global Sumud”. Se trataba de embarcaciones civiles, fletadas por organizaciones solidarias, con tripulantes de más de 20 países.
Entre ellos, nombres reconocidos como la activista Greta Thunberg, nuestro compañero Serigne Mbayé, o la exalcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Llevaban alimentos, medicinas, suministros básicos.
Su delito: intentar romper el bloqueo que Israel mantiene sobre Gaza desde hace casi dos décadas. Israel argumenta que se trata de una medida de seguridad. Invoca el Manual de San Remo de 1994, que reconoce la posibilidad de un bloqueo naval en el marco de un conflicto armado, siempre que se cumplan condiciones básicas: debe estar declarado, no puede discriminar, y sobre todo, no puede usarse para matar de hambre a la población civil.

Ahí está el problema: Gaza padece hoy una hambruna reconocida por organismos de Naciones Unidas. La FAO, la OMS, la Oficina de Coordinación Humanitaria (OCHA) han documentado que el 90% de sus habitantes sufre inseguridad alimentaria, que miles de niños padecen desnutrición severa y que en el norte se han alcanzado niveles de hambruna técnica.
En esas condiciones, ¿cómo sostener que el bloqueo es legal?Lo cierto es que Israel se agarra a un lenguaje jurídico vacío mientras practica exactamente lo que ese mismo derecho prohíbe.
No es un detalle técnico: el hambre como arma está expresamente prohibida en el derecho internacional humanitario. El bloqueo que asfixia Gaza no protege a civiles, los castiga.
Y el abordaje en alta mar de una flotilla civil no garantiza seguridad: la destruye.¿Piratas? ¿Terroristas? ¿O un Estado por encima de la ley?La comparación es inevitable. Cuando grupos armados somalíes abordaban barcos comerciales en el Índico, la prensa y los gobiernos los llamaron piratas.
Cuando Hamás secuestró a más de 200 civiles israelíes el 7 de octubre de 2023, el mundo entero lo calificó —con razón— de acto terrorista. ¿Cómo llamamos entonces al hecho de que un Estado capture barcos humanitarios en aguas internacionales y secuestre a sus tripulantes? ¿Dónde está la diferencia? Solo en la bandera.
Porque el resultado es el mismo: ciudadanos libres privados de su libertad por la fuerza, sometidos al miedo, reducidos a mercancía política.Israel acusa a sus enemigos de actuar fuera de la ley, pero copia sus métodos. La diferencia es que cuando lo hacen otros, la condena es unánime.
Cuando lo hace Israel, se habla de “seguridad”. ¿De verdad alguien cree en esa doble moral? La valentía de una flotillaY sin embargo, frente a la arrogancia del poder, está la valentía de los pueblos. Los integrantes de la flotilla sabían a qué se exponían.
Sabían que Israel interceptaría, que podrían ser detenidos, deportados o incluso agredidos. Lo sabían porque ya ocurrió en 2010 con la Flotilla de la Libertad, cuando el asalto al Mavi Marmara acabó con nueve activistas muertos. Y aun así, volvieron a zarpar.
Lo hicieron porque hay causas que merecen el riesgo: poner el cuerpo para abrir una rendija en el muro del silencio, demostrar que la solidaridad internacional no está muerta. Cada barco que navega hacia Gaza con ayuda humanitaria es un mensaje: que el hambre no puede ser normalizada, que las fronteras del miedo no son invencibles, que los pueblos aún pueden unirse contra la injusticia.
Por eso Israel los teme tanto. No por las cajas de arroz o los medicamentos que transportan, sino porque desenmascaran su estrategia: mostrar al mundo que no hay alternativa, que Gaza está condenada al asedio perpetuo.
La represión de los gobiernos europeos
Y aquí llega otra vergüenza. Varios gobiernos europeos no solo no apoyaron a la flotilla, sino que la obstaculizaron. Italia intentó frenar la salida de algunos barcos desde sus puertos. España, mientras algunos de sus ciudadanos navegaban hacia Gaza, se limitó a convocar al encargado de negocios israelí para transmitir “preocupación”. Francia y Alemania, obsesionados con criminalizar cualquier gesto de solidaridad con Palestina, han reprimido manifestaciones y perseguido a activistas.
La contradicción es brutal: Europa se presenta como defensora de los derechos humanos, pero castiga a quienes los ejercen en su forma más elemental, la solidaridad. Persigue pancartas y banderas, pero calla ante la represión israelí. Habla de libertad de expresión, pero encarcela a quienes se niegan a ser cómplices del genocidio.La farsa de la comunidad internacionalIsrael se ríe porque puede.
Porque sabe que, pase lo que pase, Washington cubrirá sus espaldas en el Consejo de Seguridad de la ONU. Que Bruselas alzará la voz, pero no cerrará contratos comerciales ni suspenderá acuerdos militares. Que los organismos internacionales redactarán comunicados, pero no impondrán sanciones. Que el derecho internacional, ese que nació para proteger a los pueblos del abuso de los más fuertes, se convertirá en papel mojado.
La comunidad internacional se convierte así en cómplice pasivo. No es que ignore la ilegalidad, es que la tolera. El bloqueo a Gaza y la interceptación de flotillas no son solo crímenes contra un pueblo, son golpes mortales a la credibilidad del sistema jurídico global. Cada vez que se permite a Israel actuar con impunidad, el mensaje es claro: las normas solo se aplican a los débiles.
De Hamás a Israel: el mismo espejo
El conflicto comenzó con un secuestro: el de más de doscientos civiles israelíes, arrancados de sus casas por Hamás. Hoy asistimos, irónicamente, a otro secuestro: el que Israel comete contra ciudadanos libres que navegaban en aguas internacionales llevando ayuda.
El primero fue denunciado como terrorismo. El segundo, el de Israel, se justifica como “seguridad”. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia es que a unos se los condena y a otros se los protege. El hambre de Gaza no es un “daño colateral”: es una estrategia deliberada. La interceptación de flotillas no es un exceso puntual: es la prueba de que Israel ha decidido colocarse fuera de la ley y que el mundo se lo permite.
Conclusión
Lo que está en juego no es solo la vida de los gazatíes ni la libertad de los activistas secuestrados. Lo que se hunde es el propio orden internacional. Porque si se puede capturar barcos civiles en alta mar, mantener un bloqueo que mata de hambre a millones y encarcelar la solidaridad internacional sin consecuencias, entonces el derecho ya no significa nada.
Israel se ríe del mundo, y el mundo, con su silencio y su cobardía, le devuelve la carcajada. La pregunta es hasta cuándo.Shemá Israel, es hora de que todas te gritemos:¡¡BASTA YA!!

