Por Fernando Ortega, El Berguedá, Catalunya.

Cuando se repasa la historia de la informática, la narrativa dominante suele llevarnos a garajes californianos, a jóvenes varones escribiendo código entre cajas de pizza y cables enredados. Son nombres conocidos: Steve Jobs, Bill Gates, Mark Zuckerberg. Sin embargo, esta imagen, convertida en mito fundacional de la era digital, oculta otra realidad que también merece ser contada: la de las mujeres que, mucho antes que ellos, pusieron los cimientos de la revolución tecnológica.
Ada Lovelace imaginó en el siglo XIX algo que el mundo tardaría cien años en comprender: una máquina que no solo hiciera cálculos, sino que pudiera ejecutar cualquier algoritmo. Escribió lo que hoy se considera el primer programa de ordenador, cuando los ordenadores ni siquiera existían.

Un siglo después, Grace Hopper desarrolló el primer compilador, abriendo las puertas a los lenguajes de programación modernos. Fue una figura clave en la creación de COBOL, lenguaje que aún hoy sustenta millones de sistemas en todo el mundo.Evelyn Berezin diseñó en los años 60 el primer procesador de textos, un avance revolucionario para la época.
También fue la responsable de crear el sistema automatizado de reservas de vuelos, utilizado aún por muchas aerolíneas. Su contribución permitió automatizar procesos que antes requerían horas de trabajo humano.Hedy Lamarr, más conocida como actriz de Hollywood, desarrolló junto al compositor George Antheil una tecnología de espectro ensanchado para evitar la interferencia en torpedos guiados.
Su invento, ignorado en su tiempo, acabaría siendo la base del Wi-Fi, el Bluetooth y el GPS.Tampoco podemos olvidar a las programadoras del ENIAC —Jean Bartik, Betty Holberton, Kathleen Antonelli, Marlyn Meltzer, Frances Spence y Ruth Teitelbaum— que programaron el primer ordenador digital sin lenguajes de alto nivel, usando interruptores y cables.
Durante décadas, su trabajo fue minimizado, y ellas fueron descritas como simples asistentes, cuando en realidad su rol fue fundamental. Radia Perlman, apodada “la madre de Internet”, desarrolló el protocolo Spanning Tree, esencial para el funcionamiento de las redes modernas.
Sin su aportación, la conectividad global tal como la conocemos no sería posible.La historia ha invisibilizado sistemáticamente estas figuras. No por falta de méritos, sino porque durante demasiado tiempo se les negó el reconocimiento. Este sesgo no solo ha borrado referentes; ha desalentado vocaciones y ha contribuido a perpetuar la idea de que la tecnología es cosa de hombres.
Hoy más que nunca, reescribir la historia no significa inventarla, sino contarla completa. Estas mujeres no fueron secundarias ni anecdóticas: fueron pioneras. Y conocer sus nombres, sus logros y sus luchas no es un acto de corrección política, sino de justicia histórica. Porque sin ellas, la informática moderna no existiría tal como la conocemos. Y porque muchas niñas de hoy podrían encontrar en ellas el referente que nunca les mostraron.
