Déjà vu

Yá’át’ééh. Así es como se saludan las personas hablantes de navajo en la tierra que ahora se conoce como EEUU, donde este domingo 22 de enero se cumplieron 50 años desde la decisión de la Corte Suprema conocida como Roe v. Wade, que protegía el derecho al aborto a nivel federal. 

Pero, como ya sabréis, este derecho fue abolido por la actual Corte Suprema el verano pasado. Así que ahora, en muchos estados, las personas con útero (en su inmensa mayoría mujeres) que están en edad reproductiva y, por tanto, pueden quedarse embarazadas no son libres de tomar decisiones sobre su propio cuerpo, su reproducción o su salud. En esos estados, si un espermatozoide de una persona con testículos se cuela, de la manera que sea, en dicho útero y fecunda un óvulo, la dueña de estos últimos está obligada a parir o a cometer un crimen. Y si alguien le ayuda a interrumpir su embarazo, por ejemplo llevándola en coche a una clínica o prestándole el dinero que cuesta, también está cometiendo un crimen.

Aún es pronto para analizar el impacto de esta decisión en las vidas de las personas embarazadas que, por un motivo u otro, quieren o necesitan abortar. Pero ya están saliendo noticias de niñas violadas forzadas a tener hijos que son solo un puñado de años menores que ellas, de mujeres en situación económica precaria que no pueden hacerse cargo de una boca más pero tampoco pueden pagarse el viaje a un estado donde abortar sea legal, de personas que casi mueren porque el personal médico que las atiende no quiere llevar a cabo un aborto terapéutico por temor a que se les acuse de homicidio… 

Cualquiera que oiga estas historias de crueldad pensaría que EEUU está volviendo, qué sé yo, al siglo XVIII. Pero se equivocaría, porque resulta que volver al siglo XVIII en temas de aborto sería un gran avance, según un reportaje que oí hace poco en NPR, la radio pública del país.

Al parecer, en la época colonial de los EEUU, abortar o no era una decisión privada que concernía exclusivamente a la mujer embarazada y a su matrona, comadrona o partera. Era cosa de mujeres y los hombres no se metían. No había controversia religiosa, social o política alguna al respecto. Pero, a mediados del siglo XIX, un joven y fanático doctor de Boston llamado Horatio Storer emprendió una campaña a nivel federal contra el aborto enmarcada en un movimiento más amplio en defensa de la supremacía blanca, que, a entender de sus usuarios, estaba siendo amenazada. 

¿Cómo? Os cuento.

Desde principios del XIX, la tasa de natalidad de la población blanca y protestante (es decir, anglo) estaba experimentando un claro descenso, entre otras cosas porque sus mujeres estaban empezando a aspirar a ocupaciones tradicionalmente masculinas, como la medicina o la política. Al mismo tiempo, las poblaciones de otras razas y credos estaban creciendo a gran velocidad, tanto por un mayor número de nacimientos como por la llegada masiva de inmigrantes desde países asiáticos o del sur de Europa. Y por otro lado, el movimiento abolicionista iba ganando fuerza hasta culminar, en 1865, con la aprobación en el Congreso federal de la 13ª Enmienda, que abolió la esclavitud en todo el país. 

Ante este panorama de cambio social y económico, los hombres blancos protestantes empezaron a temer por la supremacía que su dios les había dado a ellos porque lo valían, porque eran los mejores, y a ponerse un poquito histéricos. (Aunque no tengan útero.) Y no se les ocurrió nada mejor que inventar una ciencia falsa, la eugenesia, para justificar las barbaridades que emprendieron para impedir que la población se ennegreciera o enmarronara, o sea, que razas inferiores reemplazaran a la blanca.

En este ambiente de paranoia y odio, Storer se dedicó de lleno a lo que él consideraba “educar” a una población ignorante, escribiendo libros, informes y artículos, y dando charlas a diestro y siniestro. En 1860, envió una carta a los gobernadores de todos los estados, haciendo como que venía directamente del presidente de la AMA (Asociación de Médicos de EEUU). En ella, despotricaba en contra de la idea generalizada entonces de que la vida comenzaba cuando la mujer sentía el movimiento del feto. Por el contrario, mentía nuestro doctorcito, los profesionales de la medicina están todos de acuerdo en que la vida empieza justo en el momento de la fecundación, con lo cual las mujeres que abortan voluntariamente y las matronas (esas sucias e inmorales mentecatas que les ayudan) están cometiendo un crimen.

Criminalizar el aborto y vilipendiar a las matronas fue un golpe de genialidad con el que se impedía que las mujeres blancas tuvieran menos descendencia y más libertad, y de paso también se despejaba el campo de la competencia que suponían las matronas para los hombres blancos y pudientes que empezaban a egresar de las universidades especializados en las nuevas ramas de obstetricia y ginecología.

La campaña fue tan exitosa, que para 1880 todos los estados habían prohibido el aborto. Por supuesto, la prohibición no acabó con el aborto, sino con el aborto legal y seguro durante aproximadamente un siglo. Aunque no hay cifras fiables, por motivos obvios, para 1960 se estima que al año se llevaban a cabo entre 200.000 y 1.200.000 abortos ilegales, que ponían en peligro sobre todo a las personas en circunstancias más vulnerables: pobres, racializadas, víctimas de la violencia de género… 

Esta situación de crisis fue la que generó el movimiento social que llevó a Roe v. Wade. El mismo movimiento que tenemos que volver a generar para que millones de personas con óvulos vuelvan a tener los mismos derechos médicos, reproductivos y sexuales que las personas con espermatozoides. 

Celeste Delgado Librero, activista derechos sociales y feministas en EEUU.

No os quiero dejar sin mencionar el dicho ese de las barbas del vecino. Si en vuestros países el aborto es ahora legal, no deis nada por hecho, porque ya estamos viendo que las aberraciones de EEUU tienen el potencial de convertirse en pandemia. De todas formas, también quiero daros ánimo si en vuestros países, como ocurre en España, ya se están copiando las instrucciones de uso de la ultraderecha. Porque la derogación de Roe v. Wade este verano llevó a mucha gente a las urnas en las elecciones que siguieron en noviembre, poniendo freno, que no fin, a la carrerilla que habían parecido pillar esta panda de histériques.
Y ya solo me queda deciros “Hagoo’nee”.

Celeste Delgado Librero , Columnista desde programa Cenizas de Babilonia diáspora española en Radio Argentina AM570 y redacción de revista TU VOZ.

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