De víctimas y victimarios

Por Natacha Scherbovsky , Rosario , Argentina

El uso de la música y de las imágenes como resistenciaSi cerramos los ojos por un instante y solo escuchamos los acordes de este violonchelo, nos damos cuenta por la memoria auditiva que esa melodía pertenece a la banda sonora de La Lista de Schindler (Spielberg, 1993). Casi todxs en algún momento de nuestra vida hemos visto ese film. Aquellxs que nos sentimos judíxs y tenían edad suficiente para verla en el momento de su estreno fueron a las salas. Otrxs, como en mi caso, que tenía 9 años, no la vi en pantalla grande.

Cuando crecí y mi mamá me lo permitió, la alquilé en VHS. A pesar de ser “más grande”, pude soportar fragmentos porque me producía una gran tristeza. Más allá de lo que cada unx percibió individualmente, fue una película socialmente aceptada, valorada, vista internacionalmente, a tal punto que llegó a ganar el premio a «Mejor película» en los Oscar de 1994. El nazismo, sus víctimas, la vida cotidiana de vivir en guerra, estando en alerta permanente, la experiencias de transitar por campos de refugiados, el horror de las prácticas de exterminio, etc. desde que terminó la Segunda Guerra Mundial hasta hoy han sido representadas innumerables veces en el cine. Nombro algunas de las películas que para mí fueron muy relevantes.

Olvidaré otras y aclaro que la lista es arbitraria. Seguro muchxs armarían una muy diferente porque una película impresiona de acuerdo a la historia de vida, edad, sensibilidad y tantas otras cuestiones subjetivas. En ese sentido, entonces, retomo y recuerdo: El huevo de la serpiente (Bergman, 1977), Shoah (Lanzmann, 1985), La vida es bella (Benigni, 1997), El pianista (Polansky, 2002), Bastardos sin gloria (Tarantino, 2009), Jojo Rabbit (Waititi, 2019) y la reciente Zona de interés (Glezer, 2022). Las vi de manera muy diferente: a distintas edades, en diferentes contextos (sala de cine, sillón de una casa de veraneo, en una sala del Centro Cultural Israelita de Mendoza al cual pertenecí desde los 5 años hasta que me fui de la ciudad a los 19 años).

En este último espacio vi, creo, la más cruda de todas por lo que ahí se representaba y por la corta edad que tenía: El huevo de la serpiente. Hasta el día de hoy las formas de torturas las recuerdo y las imágenes jamás las pude borrar de mi memoria. En ese espacio crecí, en ese ambiente, tengo muchxs amigxs y parientes que siguen formando parte de ese lugar, otrxs ya se fueron, pero es parte de mi vida y quiero profundamente a quienes siguen sosteniendo el club.

El miércoles de esta semana cuando despierto y veo el video que comparte ANRed – Agencia de Noticias RedAcción- en la cual vemos a un hombre solo filmado tocando el este instrumento sobre ruinas y la melodía que interpreta es una de las canciones que se llama «No nos vamos» que forma parte de la banda de sonido (como planteé) de la «Lista de Schindler» la tristeza, el dolor y el llanto brotaron sin parar.

Esa escena remitía a otra, la del personaje de El Pianista, tocando el piano, mientras estaba sucediendo el Levantamiento del Guetto de Varsovia. Una remite a otra, pero en este caso, la canción que fue creada para representar el horror del Holocausto aquí es apropiada e interpretada por un ciudadano libanés. En medio de los escombros decide reproducir esa melodía. La cámara se aleja y se acerca para mostrarlo desde diversos ángulos, podemos reparar en sus dedos, en el instrumento, en su rostro, pero también en el escenario porque como va dando un giro de 36’º grados se nos presenta el escenario de ruinas. La inversión, reversión, apropiación de ese tema me hace sentir/pensar diferentes ideas: Fue creada para acompañar a las víctimas del nazismo.

Sin embargo, ahora interpretada por un libanés ese sentido cambia, como los sujetxs en este contexto: ahora lxs que fueron víctimas se convierten en victimarios, aplicando las mismas prácticas de terror, tortura y exterminio. La perversión es impresionante y pareciera no tener límites.Hace un año que siento una pena profunda por Palestina (antes por supuesto me hacía mal, me afectaba pero esta vez es otra la implicancia y la relevancia que ha tomado por ser un genocidio filmado desde el 7 de octubre de 2023).

En esta imagen que corresponde a Beirut, otro escenario de espanto que genera el Estado de Israel, vemos a un varón sentado sobre una silla y a través del arte está resistiendo, defendiendo con amor y poesía musical su tierra, buscando expresar y al mismo tiempo generar empatía y conmoción. ¿Cómo es posible que llevemos un año desde que se reactivó la «guerra Israel- Palestina», esté sucediendo la invasión al Líbano, el ataque a Siria y que el Estado de Israel se posicione una vez más, como siempre pero reafirmando este lugar, como lo que es: un Estado asesino, colonialista, genocida. Profundiza sus prácticas de destrucción, su crueldad y está decidido a matar a todo el pueblo palestino porque lxs considera subhumanos y por tanto no merecen vivir.

En esta cruzada habilita y construye un discurso hegemónico de «supremacía» blanca, judía, que es cruel, horrorosa e idéntica a la elaboraron lxs nazis. Una narrativa supremacista en la cual lxs judíxs eran consideradxs seres inferiores y debían morir. O cualquier guerra colonial como sucedió en América Latina con los conquistadores españoles y las comunidades indígenas…

Este discurso que comparte su población, lamentablemente, habilita a que hinchadas israelíes de fútbol que pertenecen al equipo “Maccabi Tel Aviv”, hace unos días atrás en Amsterdam hayan cantado en un estadio: «No hay escuelas en Gaza porque ya no quedan niños”.¿Qué sucedió para que un pueblo pueda cantar semejante atrocidad? ¿cómo es posible que quienes se consideraban víctimas del Holocausto o de la Shoáh hoy se vuelva victimarixs con las mismas lógicas de destrucción hacia esxs otrxs que fueron las que impusieron sobre ellxs mismos? ¿Cómo esa construcción ideológica sobre seres (porque ni siquiera son consideradxs personas: judíxs ayer, palestinxs ahora) coinciden en la crueldad? ¿Cómo puede ser que todo el mundo: artistas, intelectuales, escritores, cineastas, músicxs, cientistas sociales, organismos de Derechos Humanos, la misma ONU declaren que lo que está haciendo el Estado de Israel en Gaza o Cisjordania son actos de lesa humanidad, y que todavía exista un importante número de la población mundial que JUSTIFIQUE tal masacre?¿Cómo sucede que en Argentina las asociaciones, agrupaciones, comunidades «progresistas», «laicas», supuestamente de «izquierda», «no sionistas» (porque el sionismo es una ideología política que sostiene esta mirada racista, supremacista, y he escuchado dentro de mi propia familia a personas decir “mejor poner bombas en escuelas así mueren niñxs para que no crezcan potenciales «terroristas» “ lo cual me resultó lo más cruel y brutal que he escuchado en mi vida y por supuesto juré nunca más sentarme a la mesa con esa persona) puedan quedarse CALLADAS, estar EN SILENCIO y terminar siendo cómplices?

A lo sumo escriben cartas de apoyo a A. Bercovic, a N. Briski y demás miembros de la colectividad «progre» pero no ponen el cuerpo en las calles para expresar otras ideas. No se unen a “Judixs por Palestina”, por ejemplo, o no salen a protestar desde su lugar de asociaciones diferenciadas de Maccabi. La realidad y la verdad se van a imponer.

El Holocausto no fue considerado como tal hasta muchos años después. Lo triste será cuando dentro de unos años socialmente se condene lo que está haciendo el Estado de Israel en el Líbano, en Palestina y en cualquier otro espacio que atente contra sus intereses coloniales. Cuando sus prácticas sean consideradas MASACRES, GENOCIDAS y ETNOCIDAS. Imagino que será tarde. Habrán muertos y desaparecidos, probablemente pueblos enteros habrán sufrido y no estoy segura cuántos sobrevivirán y en qué condiciones.

Lo que sí imagino es la vergüenza que les recorrerá o la “culpa” (tan propiamente judía). Porque nada más espantoso que haberse convertido en un victimario sintiéndose toda la vida «víctima». Igual como esa lógica no me gusta, la detesto, y siempre pienso que es mejor pararse desde lugares de responsabilidad, decisión, elección y acción, pensaré que este pueblo judío sionista y no sionista decidió con su acción u omisión apoyar, avalar, callar, no expresar o peor censurar/autocensurarse (en algunos casos) y atacar como hicieron con Norman Briski cuando solo dijo la palabra «GAZA» en una entrega de Martín Fierro Cine este año. Van a ser responsables, habrán decidido quedar en ese lugar espantoso de la historia.

Por suerte el arte: la música, la escritura, el cine, la poesía, la danza, las artes visuales, permiten transitar estas escenas de dolor, resistir desde esos espacios, convertirlos en trinchera y expresar algo de todo lo que nos atraviesa el cuerpo, el corazón, la memoria, la historia personal/social/colectiva.Hoy es este hombre quien retomó la canción del film señalado, se posicionó como el personaje de El pianista, tocó esa melodía imagino también para sensibilizar al resto de este mundo y a alguien de la comunidad judía que quizás algo puede todavía reflexionar/sentir.

Ojalá algo se quiebre con esta versión durísima, con esta acción urgente/insurgente a la propaganda israelí: odiante, deshumanizada, destructiva, generadora de infiernos. Ojalá estas melodías despierten conciencias, muevan sensaciones, sentimientos y podamos ser cada vez más lxs que gritemos como hizo Nahuel Pérez Biscayart: «Viva Palestina libre, diversa, humana», como gritó Norman Briski: «GAZA» o como las notas de esa melodía que gritan: «El líbano es nuestro y de acá no nos movemos aunque tengamos que vivir en ruinas».

Como dijo el reconocido actor argentino creo que mi abuelo estaría orgulloso de mí, que el Zeide, el Isaac, no creería en esta locura, en este genocidio porque no fue lo que me enseñaron en el C.C. Isrealita. Un genocidio se lo condena aquí, en China, en la India, cualquiera sea el Estado que lo esté produciendo. Tampoco creo que el Isaac estuviera de acuerdo con este silencio, con la complicidad de la comunidad judía argentina casi en su conjunto. Por algo se separó de sus hermanos y creó otra institución, se reivindicó judío, comunista, ateo. Pienso, como dijo Briski, que mis antepasados tampoco avalarían estos hechos porque fueron efectivamente lxs que sufrieron en serio, en sus cuerpos el dolor.

Siendo tatuadxs con las marcas del horror (en los pogromos de los ‘30) así los números de la violencia quedaron en su piel. Fueron lxs que no aprendieron español porque seguían hablando idish. Supongo para seguir vinculadxs a su cultura, a su historia, porque la lengua es eso (la relación entre cultura, pensamiento, historia, memoria) y por fidelidad con su tierra y la memoria colectiva como pueblo sufriente. Creo en ellxs.

No en lo que nos hemos convertido acá, en Argentina. Con profunda tristeza, dolor y desilusión de la enseñanza que me dieron durante 12 años, me despido y les pido que escuchen a este varón, que cierren los ojos y perciban lo que sienten. La melodía sola transmite esa enorme angustia. Luego abran los ojos y vean en dónde está. Recuerden las miles de películas que hay sobre el Holocausto o la Shoáh y reflexionen si no estamos viendo las mismas imágenes. Sin prejuicios, sin juicios, sin valoraciones, sin justificaciones. Solo juntando imagen y sonido.

Es un ejercicio para ver si podemos reconciliarnos con la parte más humana, más solidaria, más sensible. Sino ganará el odio, la crueldad, la mirada blanca, hegemónica, brutal, violenta, opresiva y de opresores. Estaremos perdiéndonos entre guerras, escombros, ruinas y poco a poco nos transformaremos en esos monstruos que dijimos combatir o en seres sin alma, desafectados, como describía Agamben: aquellos que deambulaban por los campos de exterminio en un limbo entre la sobrevida y la muerte, a quienes nada lxs conmovía porque habían perdido todo gesto de humanidad.

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