Por Fernando Ortega de El Berguedá, Cataluña
La huelga médica que interpela a la política sanitaria en Catalunya
La sanidad catalana vuelve a tensarse con una nueva huelga de médicos. Más allá del conflicto laboral, el pulso abierto por Metges de Catalunya (Médicos de Cataluña) revela un problema estructural: un modelo sanitario que exige cada vez más a sus profesionales mientras garantiza cada vez menos condiciones para cuidar.
Huelga médica.
Los médicos han vuelto a las calles de Barcelona bajo un lema tan sencillo como inquietante: “A tu també t’afecta”. (A tí también te afectará) Convocados por Metges de Catalunya (MC), protestan contra el Estatuto Marco y reclaman un convenio propio que permita ordenar jornadas, reducir la sobrecarga asistencial y garantizar una atención segura.
La movilización llega en pleno pico de gripe, con centros saturados y plantillas exhaustas, y deja al descubierto una pregunta incómoda para el Govern: ¿qué modelo sanitario está sosteniendo realmente Catalunya?
Un conflicto que no nace de la nada.
La huelga médica no es un estallido repentino ni un gesto corporativo. Es el resultado de años de deterioro acumulado. Guardias interminables, agendas imposibles, ratios desbordadas y una presión asistencial que se ha normalizado como si fuera inevitable.
El Estatuto Marco, planteado como marco estatal para homogeneizar condiciones, ha sido recibido por buena parte del colectivo médico como una amenaza: lejos de mejorar su realidad, temen que consolide la precarización y diluya las particularidades de un sistema ya tensionado.
Xavier Lleonart, secretario general de MC, lo resumió con crudeza durante las protestas: “Nos hacen atender saltándonos todos los límites”. No se trata solo de salarios o de reconocimiento profesional, sino de seguridad clínica.
Cuando el tiempo por paciente se comprime hasta lo absurdo, el error deja de ser una excepción y pasa a ser un riesgo estructural.
Las cifras que no cuadran y lo que esconden.
Como ocurre en casi todas las huelgas, el seguimiento se ha convertido en campo de batalla. El Govern habla de un 7,2% de participación; el sindicato eleva la cifra al 55%. Más allá del número exacto, la discrepancia revela algo más profundo: una desconexión entre la administración y una parte sustancial de sus profesionales.
Porque incluso si el seguimiento fuera menor, el malestar es innegable. Basta recorrer cualquier CAP o servicio hospitalario para constatarlo. Médicos jóvenes que encadenan contratos temporales, especialistas que asumen agendas imposibles y veteranos que adelantan su salida del sistema para preservar la salud mental. La estadística puede maquillarse; la realidad asistencial, no.

El eje político: decisiones que pesan.
Aquí es donde el conflicto deja de ser sectorial y se convierte en político. La sanidad catalana no sufre solo por falta de vocación o por una supuesta resistencia al cambio. Sufre por decisiones concretas: presupuestos insuficientes, planificación deficiente y un modelo de gestión que ha trasladado la presión del sistema a los hombros de los profesionales.
El Govern defiende que el sistema aguanta y que las reformas son necesarias para adaptarse. Pero adaptar no puede ser sinónimo de estirar hasta romper. La apuesta por una sanidad cada vez más ajustada, con plantillas al límite y una dependencia creciente de horas extra y sobreesfuerzo, tiene consecuencias previsibles: desgaste, desafección y fuga de talento.
Metges de Catalunya advierte de un fenómeno que ya está en marcha: jóvenes médicos que, tras años de formación pública, buscan mejores condiciones fuera. No es solo una pérdida individual; es un fracaso colectivo.
El impacto social: cuando el paciente también pierde.
Aunque el eje del conflicto sea político, sus efectos son profundamente sociales. Cada médico saturado es un paciente peor atendido. Cada consulta de cinco minutos es una oportunidad perdida para detectar, prevenir y acompañar. La huelga incomoda, sí, pero la rutina actual también daña.
Las listas de espera se alargan, las urgencias se cronifican y la atención primaria —la columna vertebral del sistema— se convierte en un espacio de contención más que de cuidado. El lema “A tu també t’afecta” no es retórico: interpela a una ciudadanía que a menudo solo percibe el problema cuando le toca sufrirlo en primera persona.
El Govern no puede seguir hablando de “tensión coyuntural” mientras normaliza agendas imposibles, cupos desbordados y profesionales que atienden fuera de todo límite seguro. Cuando se gobierna, mirar hacia otro lado también es una forma de decisión. Y aquí se ha decidido no confrontar con Madrid, no incomodar al marco presupuestario y no asumir el coste político de defender de verdad a la sanidad pública.
El resultado es perverso: se responsabiliza a los médicos del colapso, se les acusa de corporativismo cuando protestan y se invisibiliza que lo que está en juego no es un privilegio laboral, sino la salud de toda la ciudadanía.
Epidemia, presión y responsabilidad.
Que la huelga coincida con una epidemia de gripe no es un detalle menor. Revela hasta qué punto el sistema opera sin colchón. Cualquier pico de demanda se convierte en crisis porque no hay margen. Y cuando no hay margen, la tentación política es apelar a la responsabilidad de los profesionales, como si el compromiso pudiera sustituir indefinidamente a los recursos.
Pero la responsabilidad también es institucional. Gobernar un sistema sanitario implica anticipar, dimensionar y proteger. No hacerlo es trasladar el coste a médicos y pacientes.
Más allá del Estatuto Marco: el modelo en disputa.
Reducir el debate al Estatuto Marco sería un error. Lo que está en juego es el modelo sanitario catalán. ¿Uno basado en la contención permanente del gasto y la heroicidad cotidiana de sus profesionales? ¿O uno que asuma que cuidar requiere tiempo, estabilidad y condiciones dignas?.
La sanidad no es solo un servicio: es un pacto social. Cuando ese pacto se erosiona, aparecen conflictos como el actual. Y cuando se ignoran, el deterioro se normaliza.
Nada de lo que está ocurriendo en la sanidad catalana es fruto del azar, ni de una “mala gestión puntual”. Tiene responsables políticos claros. El Ministerio de Sanidad, impulsor de un Estatuto Marco que homogeneiza por abajo y desprecia la especificidad profesional médica. Y la Generalitat de Catalunya, que ha aceptado ese marco sin plantar una batalla real, escudándose en la falta de competencias mientras aplica con diligencia los recortes, la sobrecarga asistencial y la precarización estructural.
No estamos ante un conflicto técnico, sino ante una decisión política consciente: sostener el sistema con médicos exhaustos en lugar de reforzarlo con recursos, planificación y respeto profesional.
Escuchar antes de que sea tarde.
La huelga de médicos es una advertencia. No solo al Govern, sino al conjunto de la sociedad. Seguir tensando la cuerda puede ofrecer alivios presupuestarios a corto plazo, pero genera costes mucho mayores a medio y largo plazo: pérdida de calidad, desconfianza ciudadana y un sistema incapaz de atraer y retener talento.
Escuchar no significa ceder a todo, pero sí reconocer que hay un problema real. Negarlo o minimizarlo es una forma de irresponsabilidad política.Señalar a los culpables no es buscar un enemigo: es restablecer la cadena de responsabilidades. Porque si la sanidad pública se deteriora, no es por la huelga, sino por años de decisiones políticas que han vaciado de sentido el discurso de la “joya del bienestar”.
Esta huelga no es un problema que haya que apagar; es una advertencia que conviene escuchar. Y quienes hoy gobiernan —en Madrid y en Catalunya— tendrán que responder, antes o después, por haber convertido el desgaste profesional en política sanitaria.
Conclusión: cuando cuidar deja de ser posible
La pregunta de fondo no es si los médicos deben hacer huelga, sino por qué han llegado a este punto. Cuando quienes sostienen el sistema alertan de que no pueden cuidar en condiciones, el problema ya no es laboral: es democrático.
Catalunya se enfrenta a una elección clara. Puede seguir gestionando la sanidad al límite, confiando en la resistencia infinita de sus profesionales, o puede replantear prioridades y asumir que la salud pública no se sostiene con discursos, sino con decisiones valientes.
Porque cuando cuidar deja de ser posible, lo que falla no es el médico. Falla el sistema.
