Fernando Ortega, el Berguedá, Cataluña.
La concentración del porcino en Catalunya y los costes ocultos de un modelo de éxitoCatalunya sacrifica cada año más de 23 millones de cerdos. Catorce millones pasan por las manos de solo tres empresas.
El dato, revelado por EL CRÍTIC, no es una anécdota sectorial ni una simple fotografía económica: es la expresión de un modelo productivo profundamente concentrado, orientado a la exportación y con efectos que van mucho más allá del mercado. Bajo el relato del liderazgo agroindustrial se esconden impactos ecológicos severos, una transformación radical del mundo rural y una desconexión creciente entre producción, territorio y consumo.
Cuando el mercado se estrecha
Tres grandes grupos empresariales —Vall Companys, Costa Brava Foods y Olot Meats— concentran ya el 60 % de todos los sacrificios de porcino en Catalunya. Juntas, estas compañías procesan alrededor de 14 millones de animales al año, en una comunidad que se ha convertido en uno de los principales polos porcinos de dato confirma una tendencia sostenida en el tiempo: la concentración empresarial extrema en un sector que, durante décadas, estuvo articulado a través de una red densa de pequeñas y medianas explotaciones, cooperativas y mataderos locales.
Hoy, esa red ha sido en gran medida desmantelada.
Los mataderos de proximidad apenas representan un porcentaje residual del total de sacrificios. En el caso del porcino, su peso es prácticamente simbólico. Allí donde antes existía una infraestructura distribuida por el territorio, ahora domina un sistema altamente centralizado, con grandes plantas industriales capaces de sacrificar miles de animales al día.
Este proceso no es neutro.
La concentración no solo redistribuye cuota de mercado; redistribuye poder, capacidad de decisión y control sobre toda la cadena alimentaria.Un modelo diseñado para exportarLa expansión del porcino catalán no se explica por el consumo interno. Catalunya produce mucha más carne de la que puede absorber su mercado.
El verdadero motor del sector es la exportación masiva, especialmente hacia mercados asiáticos y europeos.Más del 80 % de la carne porcina producida tiene como destino el exterior.
Para sostener este volumen, el sistema necesita economías de escala, integración vertical y una reducción constante de costes. Es aquí donde la concentración empresarial se convierte en una condición funcional del modelo.Las grandes compañías controlan la genética, la alimentación, la cría, el sacrificio, el despiece y la comercialización. El cerdo deja de ser un animal criado en un territorio para convertirse en una unidad productiva estandarizada, optimizada para el mercado global.
El éxito exportador, sin embargo, oculta una pregunta clave: ¿qué ocurre con los costes que no viajan con la carne?Impacto ecológico: el territorio como sumidero.
El principal de esos costes es ecológico.
La producción intensiva de porcino genera enormes cantidades de purines, una mezcla de excrementos y residuos líquidos que el territorio catalán ya no puede absorber sin consecuencias graves.La contaminación de acuíferos por nitratos es uno de los problemas más visibles.
Comarcas enteras ven comprometido el acceso a agua potable, mientras los suelos agrícolas alcanzan niveles de saturación que limitan su capacidad de regeneración. A esto se suman las emisiones asociadas al transporte de animales, piensos y residuos, así como el impacto energético de las grandes instalaciones industriales.
No se trata de fallos puntuales, sino de límites físicos del territorio. El modelo productivo ha crecido más rápido que la capacidad ecológica para sostenerlo. La consecuencia es una externalización sistemática de daños ambientales que no aparecen en las cuentas de resultados, pero sí en la vida cotidiana de muchas zonas rurales.
La producción ecológica o extensiva podría ofrecer alternativas, pero su presencia es marginal. No por falta de conocimiento técnico o demanda social, sino porque el sistema dominante penaliza cualquier modelo que no se ajuste a la lógica del volumen y la velocidad.
El pequeño y mediano ganadero ante la pérdida de autonomía
La concentración empresarial también redefine las relaciones dentro del sector. El pequeño y mediano ganadero se encuentra cada vez más atrapado entre la dependencia y la desaparición.La desaparición de mataderos de proximidad elimina una pieza clave de su autonomía.
Sin capacidad para decidir dónde sacrificar, en qué condiciones y a qué precio, muchos productores quedan subordinados a contratos de integración que fijan las reglas desde arriba.
En este esquema, el ganadero asume riesgos, inversiones y cargas ambientales, mientras el margen de decisión se reduce al mínimo. La explotación deja de ser un proyecto económico propio para convertirse en una extensión funcional de una gran corporación.
Este proceso no solo afecta a los ingresos. Afecta a la dignidad del trabajo agrario, a la transmisión generacional y a la viabilidad de un mundo rural diverso. Cada granja que cierra o se integra sin capacidad de decisión es una pieza menos en el mosaico territorial.
Economía local y tejido rural: lo que se pierde por el caminoLa concentración no impacta únicamente en quien produce. Tiene efectos en cascada sobre el conjunto de la economía local. Menos mataderos implica menos empleo directo e indirecto, menos servicios asociados, menos actividad económica circulando en el territorio.
Los beneficios generados por el sector tienden a centralizarse fuera de las comarcas productoras, mientras los impactos —ambientales, infraestructurales y sociales— permanecen.
El resultado es un desequilibrio creciente entre quienes asumen los costes y quienes capturan el valor.Este fenómeno debilita la resiliencia rural. Allí donde antes había diversidad de actores económicos, hoy hay dependencia de uno o dos grandes empleadores.
Y cuando el mercado global fluctúa, el territorio queda expuesto.
Mercado de proximidad y consumo: una cadena rotaParadójicamente, nunca se ha producido tanta carne y nunca ha sido tan difícil sostener circuitos cortos de comercialización. Carnicerías artesanas, mercados locales y venta directa encuentran cada vez más obstáculos para acceder a producto procesado en condiciones viables.
La centralización del sacrificio rompe la conexión entre producción y consumo. La carne recorre miles de kilómetros mientras las comunidades productoras pierden la capacidad de alimentarse con lo que producen.Para el consumidor, el precio no refleja el coste real.
No incorpora la contaminación, la precarización ni la pérdida de tejido rural. El sistema ofrece abundancia, pero a costa de invisibilizar sus efectos.Una cuestión política, no solo económicaNada de lo que ocurre en el sector porcino catalán es inevitable ni fruto exclusivo de dinámicas de mercado.
La concentración extrema, la presión ambiental sobre el territorio y la desaparición del tejido productivo local son el resultado de decisiones políticas concretas, sostenidas en el tiempo, y también de silencios prolongados.
Durante años, las administraciones han facilitado el crecimiento del sector sin establecer límites efectivos a la concentración empresarial, sin una planificación territorial acorde con la capacidad ecológica real y sin mecanismos suficientes para proteger a los pequeños y medianos productores.
Se ha priorizado el volumen, la exportación y el crecimiento rápido, mientras los costes sociales y ambientales se desplazaban al territorio y a las generaciones futuras.
Cabe preguntarse qué papel han jugado los gobiernos autonómicos y locales, los organismos reguladores y las políticas agrarias en este proceso. ¿Quién autorizó la expansión sin evaluar su impacto acumulado? ¿Por qué no se han reforzado los mataderos de proximidad ni los circuitos cortos de comercialización? ¿Por qué el apoyo público a modelos extensivos, cooperativos o ecológicos sigue siendo marginal frente a la fuerza del modelo industrial?
La concentración del porcino interpela directamente a la política pública.
Exige transparencia, rendición de cuentas y una redefinición del modelo. No basta con celebrar cifras de exportación si estas se sostienen sobre acuíferos contaminados, economías rurales debilitadas y productores sin capacidad de decisión.
Pensar el futuro del sector implica decidir qué se protege y qué se regula: el territorio, la salud pública, la soberanía alimentaria y la diversidad económica no pueden seguir siendo daños colaterales. Cuando tres empresas concentran catorce millones de cerdos, la pregunta ya no es técnica ni sectorial. Es política.
Y requiere respuestas, no más aplazamientos.
Qué se puede hacer: medidas para reequilibrar el modeloSi la concentración del sector porcino es una consecuencia de decisiones políticas, también lo es la posibilidad de corregirla. Existen márgenes de actuación claros para proteger el medio ambiente, sostener al pequeño y mediano ganadero y reconstruir un mercado de proximidad hoy debilitado.
En el plano ambiental, la prioridad pasa por vincular de forma efectiva la producción ganadera a la capacidad real del territorio. Esto implica establecer límites claros a la carga ganadera por comarca, reforzar los controles sobre la gestión de purines y garantizar que los costes de la contaminación no recaigan sobre los municipios ni sobre la ciudadanía.
La planificación ambiental no puede seguir subordinada al crecimiento del volumen productivo. Para el pequeño y mediano ganadero, es imprescindible recuperar margen de autonomía. Esto requiere políticas activas de apoyo a mataderos de proximidad, incentivos a modelos cooperativos y contratos que eviten relaciones de dependencia estructural con los grandes grupos integradores.
Proteger la diversidad productiva no es una cuestión nostálgica: es una condición para la resiliencia económica y territorial.
En cuanto al mercado de proximidad, hacen falta instrumentos que faciliten los circuitos cortos: simplificación administrativa, apoyo a la venta directa, compras públicas de alimentos de origen local para comedores escolares y sanitarios, y una política alimentaria que reconecte producción y consumo. Sin infraestructuras locales, no hay economía local posible.
Finalmente, cualquier estrategia seria debe incorporar límites a la concentración empresarial y mecanismos de transparencia sobre quién controla la cadena alimentaria.
La soberanía alimentaria no se defiende solo produciendo más, sino decidiendo mejor cómo, dónde y para quién se produce.Reequilibrar el sector porcino no significa desmantelarlo, sino devolverle sentido territorial, social y democrático.
Las herramientas existen. Lo que falta es voluntad política para utilizarlas.
