BRICS, Colombia y México se unen contra EE UU

La Cumbre de las Américas termina antes de empezar. México y Colombia rompen con Washington y se alinean con el bloque Bricks, que avanza con fuerza en el continente. Estados Unidos intentó mantener el control, pero la resistencia latinoamericana impidió ese control en República Dominicana.

Hoy el propio evento de EEUU símbolo de su poder imperialista terminó cancelado.

La noticia corrió por los pasillos diplomáticos de Washington y Bruselas. La Cumbre de las Américas fue oficialmente postergada hasta 2026. El evento que debía realizarse en diciembre en Punta Cana, República Dominicana, se derrumbó antes de comenzar.

Y no fue una suspensión técnica, fue una derrota política para Estados Unidos, su promotor histórico. Según confirmó el propio gobierno dominicano, la decisión de aplazar la cita continental fue tomada por falta de consenso.

:El sur habla como una sola voz y el Bricks pisa fuerte en América». Una frase diplomática que, en realidad, esconde el estallido de una tormenta geopolítica México y Colombia se bajaron de la cumbre, mientras el bloque Bricks, con China, Rusia y Brasil a la cabeza, respaldaba públicamente la posición latinoamericana.

El resultado fue claro. Sin México, sin Colombia, sin Venezuela, sin Cuba y sin Nicaragua no había cumbre posible. La llamada Cumbre de las Américas nació en 1994, en pleno apogeo del neoliberalismo y bajo el impulso de Bill Clinton.

Su objetivo era simple construir una arquitectura política y económica hemisférica que consolidara la hegemonía estadounidense desde Canadá hasta la Patagonia. De hecho, la primera edición en Miami excluyó a Cuba un gesto simbólico que dejó en claro que la inclusión continental tenía límites definidos por Washington. Durante tres décadas, el evento funcionó como un espejo del poder norteamericano.

En cada edición, los presidentes del continente desfilaban ante la Casa Blanca buscando reconocimiento o acuerdos comerciales, pero el tiempo cambió. América Latina comenzó a hablar con voz propia y los proyectos de integración regional como UNASUR y la CELAC transformaron la escena. La cumbre, alguna vez símbolo de unidad, se convirtió en el escenario de las ausencias.

La decisión de Claudia Sheinbaum de no asistir a la edición 2025 fue el golpe que selló el destino del encuentro. La presidenta mexicana reafirmó la postura que ya había defendido López Obrador en 2022. No iremos a ninguna cumbre donde se excluya a países hermanos.

Y fue más allá, cuestionó abiertamente la legitimidad del foro y el papel de la Organización de Estados Americanos a la que calificó, citando palabras de AMLO como el Ministerio de las Colonias. A Claudia Sheinbaum se le sumó Gustavo Petro, el presidente de Colombia, quien declaró que «el diálogo no comienza con exclusiones». Esa frase, breve y contundente, sintetiza una nueva era en la diplomacia latinoamericana, la del reencuentro con la soberanía.

Ambos mandatarios coincidieron en que no puede haber integración, sin respeto ni cooperación, bajo condiciones impuestas. En pocas palabras, México y Colombia desafiaron el orden hemisferico diseñado por Estados Unidos. El colapso de la cumbre no ocurrió en el vacío.

En los últimos meses, el Caribe se transformó en un escenario de tensión militar creciente, con la presencia de buques estadounidenses frente a las costas de Venezuela y ejercicios navales conjuntos con República Dominicana. El gobierno de Luis Abinader, anfitrión de la cumbre, respaldó estas maniobras bajo el argumento de la lucha contra el narcotráfico. Pero para varios gobiernos de la región, incluidos México, Colombia y Brasil, esas operaciones son parte de una estrategia de presión sobre Caracas y un intento de reinstalar el fantasma del intervencionismo.

La diplomacia ideológica está reemplazando a las relaciones entre estados. Se excluye a países por su signo político y se premia a quienes se alinean con Washington. Es un muy mal precedente para América Latina.

El aplazamiento de la cumbre fue, entonces, el síntoma visible de un conflicto más profundo, la fractura del viejo orden interamericano. Mientras Estados Unidos perdía aliados, el bloque BRICS avanzaba. China, Rusia, India, Brasil y Sudáfrica, a los que pronto podrían sumarse nuevos miembros latinoamericanos, emergen como alternativa política y económica al sistema dominado por Washington.

Y la crisis de la cumbre de las Américas fue el escenario perfecto para consolidar ese viraje. En los mismos días en que República Dominicana anunciaba el aplazamiento, representantes del BRICS mantenían reuniones paralelas con funcionarios de México, Colombia y Argentina. El objetivo, construir una agenda de cooperación sin exclusiones y crear nuevos mecanismos financieros para reducir la dependencia del dólar.

«Si la cumbre de las Américas excluye, BRICS incluye». Esa frase resonó como un eco en las cancillerías del continente. América Latina, alguna vez invitada a los banquetes del norte, ahora tiene la posibilidad de sentarse en su propia mesa.

La retirada de México y Colombia provocó una reacción en cadena. Bolivia, Honduras y varias islas caribeñas también expresaron su disconformidad con la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua. La cumbre, pensada como una vitrina del liderazgo estadounidense, se transformó en un símbolo de aislamiento.

Incluso dentro de la OEA voces disidentes comenzaron a cuestionar el modelo. Algunos diplomáticos en reserva reconocieron que las cumbres se convirtieron en rituales vacíos más cercanos al protocolo que a la cooperación real. La misma OEA que alguna vez pretendió ser el corazón del hemisferio, hoy parece una estructura desgastada, atada a los intereses de su principal financista EEUU.

Mientras tanto, en los medios de comunicación alineados con Washington se desplegó una campaña para desacreditar la postura de Sheinbaum y Petro, tildándolos de populistas o aliados de dictaduras. Pero la estrategia no funcionó. Las imágenes de las protestas en el Caribe, los pronunciamientos de intelectuales y el respaldo del BRICS consolidaron la idea de que la verdadera cumbre es la que se niega a excluir.

Para entender el alcance simbólico de esta crisis, hay que mirar atrás. En 2005, durante la cumbre de las Américas en Mar del Plata, Hugo Chávez, Lula Da Silva, Néstor Kirchner y otros líderes del Sur le dijeron no al Alca, el proyecto de libre comercio continental impulsado por George W. Bush. Aquella reunión marcó el fin de una era la del neoliberalismo triunfante y la sumisión política.

Hoy, 20 años después, el espíritu de Mar del Plata vuelve a soplar sobre el continente. La negativa de México y Colombia a participar no es un gesto aislado. Es el eco de aquella segunda independencia que soñaron Martí, Bolívar y Chávez. Las cumbres del futuro ya no se definirán por las ausencias sino por quiénes se atreven a decir basta. Y esta vez, América Latina lo hizo de nuevo. Para Washington, la suspensión de la cumbre es un golpe simbólico y estratégico

Significa que su influencia en el continente está en su punto más bajo desde la Guerra Fría. Ni las sanciones, ni la diplomacia, ni los tratados comerciales logran asegurar obediencia. El propio Departamento de Estado admitió en un comunicado que persiste en dificultades logísticas y de coordinación regional.

Pero todos saben que el problema no es logístico, es político. La Casa Blanca apostaba a usar la cumbre de las Américas como plataforma de relanzamiento de su liderazgo hemisférico, especialmente ante el avance del BRICS y la presencia creciente de China en América Latina. Sin embargo, la jugada se volvió en su contra.

El patio trasero ya no existe y el Caribe, una vez considerado su frontera natural, hoy se ha convertido en un espacio disputado. México y Colombia no sólo desafiaron una cumbre. Pusieron en discusión el modelo entero de las relaciones continentales.

Su gesto reabre un debate largamente postergado. ¿Para qué sirven los foros controlados por una potencia externa? ¿No ha llegado el momento de una cumbre de América Latina y el Caribe sin tutelas? Mientras los gobiernos del norte hablan de democracia y derechos humanos, el sur clama por igualdad y respeto.

Mientras se bombardean lanchas en el Caribe, se alzan voces que piden diálogo y cooperación. Y mientras Washington busca aliados incondicionales, la región comienza a pensar en socios estratégicos.

Mandatarios Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Claudia Sheinbaum (México), Gustavo Petro (Colombia), Nicolás Maduro (Venezuela).
Sitio protegido por Google reCAPTCHA. Ver políticas de privacidad y términos de servicio.

Desarrollo Web Efemosse