Fernando Ortega, El Berguedá, Catalunya.
El movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) nace del llamamiento de la sociedad civil palestina en 2005, inspirado por la lucha contra el apartheid sudafricano.
Su objetivo: poner fin al sistema de ocupación, colonización y apartheid que Israel impone sobre el pueblo palestino. Hoy, en pleno 2025, este movimiento encuentra un eco creciente en España, donde la solidaridad con Palestina ha calado hondo en amplios sectores sociales, culturales y políticos.
Aplicar el BDS en España no es solo un gesto simbólico. Es una estrategia concreta, no violenta, de presión internacional, que interpela a la ciudadanía, a las instituciones y al sector económico.
Su implementación puede y debe convertirse en una hoja de ruta hacia un futuro más justo, tanto aquí como allá.
Boicot: ética en la cesta de la compraBoicotear productos israelíes, especialmente aquellos provenientes de los asentamientos ilegales en territorio palestino ocupado, es una forma directa de rechazar la ocupación.
En la práctica, esto implica campañas de información al consumidor, como ya han hecho en municipios y colectivos de todo el Estado, para identificar qué empresas se lucran con el expolio.
No se trata de odio ni de discriminación, como algunos pretenden tergiversar, sino de coherencia: ¿por qué deberíamos financiar, sin saberlo, la vulneración de derechos humanos?
Desinversión: retirar apoyo económico al apartheid.
La presión a universidades, ayuntamientos o fondos de pensiones para que no inviertan en empresas que colaboran con la ocupación militar (como fabricantes de armas o tecnología de vigilancia) es otra vía esencial.
En países como Noruega o Sudáfrica ya se han producido desinversiones significativas. ¿Por qué no en España? La transparencia es clave: urge exigir una lista pública de empresas cómplices, y que cada institución asuma su responsabilidad ética.
Sanciones: derechos humanos como línea rojaEspaña, como parte de la UE, mantiene acuerdos comerciales, científicos y militares con Israel. Exigir que estos acuerdos estén condicionados al respeto del derecho internacional no es radicalidad, sino coherencia democrática.
La Carta de las Naciones Unidas, la IV Convención de Ginebra o las resoluciones de la ONU deben ser más que papel mojado. Si no hay consecuencias, no hay justicia.Aplicar el BDS en España es un acto de responsabilidad colectiva. No es solo una cuestión internacional, es también una forma de preguntarnos quiénes somos como sociedad.
¿Estamos dispuestos a mirar hacia otro lado mientras se cometen crímenes con nuestra complicidad pasiva? ¿O preferimos que nuestras acciones, por pequeñas que sean, reflejen los valores que decimos defender?No se trata de culpas individuales, sino de construir un movimiento capaz de transformar la empatía en acción, y la acción en cambio.
Un boicot no cambia el mundo por sí solo. Pero una sociedad informada, crítica y movilizada, sí.Es tiempo de actuar.
Desde las tiendas hasta los parlamentos, desde los barrios hasta los presupuestos. Palestina nos interpela. Y nuestra respuesta puede marcar la diferencia.
