Por Fernando Ortega, el Berguedá, Cataluña
MUJERES DE LA HISTORIA
JUANA AZURDUY: La independencia también tuvo nombre de mujerEn la historia de América Latina, los nombres que se repiten son casi siempre los mismos: Bolívar, San Martín, Sucre…
Hombres de espada y verbo que encabezaron la gesta independentista. Pero en los márgenes de esos relatos oficiales hubo mujeres que también lucharon, comandaron ejércitos y sostuvieron con su coraje el sueño de la libertad. Una de ellas fue Juana Azurduy de Padilla, una mujer que, a fuerza de valentía y convicción, convirtió la rebeldía en bandera.
Nació en 1780 en el Alto Perú, lo que hoy conocemos como Bolivia. Hija de un criollo y de una mestiza, su vida estuvo marcada desde el inicio por las contradicciones de una sociedad jerárquica y racista.
Desde joven mostró un carácter indómito: fue expulsada del convento donde estudiaba por no someterse a la disciplina y por cuestionar el papel subordinado que se le imponía a las mujeres. Aquella expulsión, más que un castigo, fue el primer acto de una vida dedicada a romper moldes.Cuando estallaron las guerras de independencia, Juana no se conformó con esperar noticias en casa.
Junto a su esposo, Manuel Ascencio Padilla, organizó guerrillas populares formadas por campesinos e indígenas que combatieron al ejército realista. Ambos comprendieron que la libertad no podía construirse sin el pueblo, y que la revolución debía nacer desde abajo.Su coraje la llevó a dirigir batallones enteros y a participar en decenas de combates.
Tras la muerte de Padilla, lejos de rendirse, Juana tomó el mando de sus tropas y continuó la lucha. Llegó a comandar a más de seis mil combatientes, demostrando una capacidad estratégica y una determinación que asombraron incluso a sus enemigos.
El propio Simón Bolívar reconoció su valor y le otorgó el grado de teniente coronel del Ejército Libertador.Pero la historia no fue justa con ella. Terminada la guerra, Juana fue condenada al olvido. Las élites republicanas, herederas de los mismos prejuicios coloniales, borraron su nombre de los manuales.
Mujer, mestiza y pobre: tres condiciones suficientes para quedar fuera del relato oficial. Murió en 1862 en la más absoluta pobreza, olvidada por el Estado al que había ayudado a nacer.Su figura fue rescatada más de un siglo después por los movimientos feministas y populares que vieron en ella un símbolo de resistencia.
Hoy, su rostro aparece en billetes y monumentos, pero su legado va mucho más allá de la iconografía. Juana Azurduy encarna una idea profunda: la independencia no fue solo un asunto de héroes uniformados, sino también de mujeres que lucharon desde la trinchera, la casa, la montaña o el campo de batalla.
Recordarla no es un gesto romántico, sino un acto político. Porque la invisibilización de Juana es la misma que todavía pesa sobre millones de mujeres que sostienen el mundo sin que se reconozca su papel. Su vida nos obliga a mirar la historia con otros ojos, a reescribirla desde los márgenes, a devolverle a la libertad su verdadero rostro mestizo y femenino.
Juana Azurduy fue más que una combatiente: fue la primera en entender que sin igualdad no hay independencia completa. Su ejemplo sigue siendo una llamada a no dejar ninguna lucha inconclusa, a no aceptar ningún relato donde las mujeres aparezcan como acompañantes y no como protagonistas.
Mañana, al abrir los ojos, recordemos que ninguna emancipación está completa si no nombra a todas sus hijas. Porque la independencia también tuvo nombre de mujer.
Legado y reconocimiento actual.
Hoy, Juana Azurduy es reconocida oficialmente como Heroína de la Patria en Bolivia y Argentina. Su nombre da título a universidades, escuelas y movimientos sociales que reivindican su ejemplo. En 2015, una estatua suya reemplazó la de Cristóbal Colón en Buenos Aires: un gesto cargado de simbolismo, que sustituyó la imagen del conquistador por la de una mujer mestiza, guerrillera y libertaria.Pero su legado no vive en el bronce, sino en cada mujer que pelea por su tierra, por su cuerpo o por su libertad.
En cada campesina que defiende el agua, en cada trabajadora que exige igualdad, en cada joven que decide no callarse.
Porque Juana Azurduy no es solo pasado: es una promesa de futuro.
